Ah, la nostalgia, esa vil y traicionera conocida. Cuando ya crees que estás vacunado contra su influencia y sus intempestivos ataques, te sorprende otra vez con un golpe bajo.
Así pasa, esperas que amanezca, te aguarda un sábado doméstico, una jornada de limpieza que comienza con Irakere de background y Bacalao con pan. Cómo es posible, te cuestionas, ¿esto fueron los setentas?
Prosigue la mañana. Tú en control total, la energía hasta parece que quita ella misma el polvo y la suciedad. Hasta que descubres que no has escuchado en su totalidad ese kilométrico CD mp3 que un amigo te quemó antes de despedirse y volver a la isla, ese compacto que no tiene mejor nombre que el de Cuba a pulso.
Pasan pistas y pistas, sale Carlos Varela, Free Hole Negro, Kelvis Ochoa, Orishas y ese muchacho que canta como si fuera Frank Delgado. Todo fluye, el otoño ocurre afuera, donde no llega la algarabía.
Entonces, en medio de la jornada te descubres ridículo y envejecido sosteniendo la fregona como pie de micrófono, vociferando junto a Polito Ibáñez su Diagnóstico de siglo y pensando si alguien le importa aún aquello de “la política eclosiona tu cerebro en espiral”. Los vecinos, allá ellos.
¡Clásico!, por un momento, sucumbes a tu historia personal, a alguna tarde perdida del 93, o del 99, o del 2003, las fechas previas a lo que sabes, el antes y el después. Pero es solo un instante, otro mp3 ya suena en tu tan soñado y nunca mejor apreciado equipo SONY.
Y hay que hacer de tripas corazón sobre todo porque recuerdas que están por aparecer Xiomara Laugart, las pistas del segundo Querido Pablo y tú sólo quieres música de fondo. Con todo lo que falta por hacer, la única que quisieras que tocara a tu puerta es aquella Teresa a la que le cantó el gran Arsenio Rodríguez.
¿Buena Fé? ¿a esta hora? Tecla skip. Edesio Alejandro y Adriano Rodríguez, lo que faltaba para entrarle al baño con fuerza. Agotado, contemplas tu obra, casa presentable, la mujer puede quedarse orgullosa; las feministas, realizadas.
La música sigue, la vida también, reflexionas mientras degustas tu merecido sándwich y los de Habana Abierta proponen los primeros acordes de aquella historia tan graciosa y dramática que se inicia con: se compró un pantalón, un perfume matador, era sábado...