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Austria tiene un nuevo presidente, Alexander Van der Bellen, un economista de 72 años, exprofesor universitario, un
candidato independiente que se presentó a las votaciones con el apoyo del
Partido Verde. Su ascenso al cargo en el histórico Palacio Imperial de Hofburg pasará a
las historia como el colofón de unas elecciones que han removido la política
local y puesto al país centroeuropeo en el centro de las inquietudes de quienes
temen a los extremismos de derecha.
La convocatoria a las presidenciales programada para
abril 2016 no pudo haber llegado en un momento más conflictivo, en un mundo
globalizado donde temas como el islamismo radical, la crisis económica y el
auge de la agrupaciones populistas de ambos extremos del espectro político marcan el panorama en varias
regiones. Esta pequeña nación de 8 millones de habitantes, cuna de antiguos
imperios, había visto afectada su parsimonia habitual en el verano del 2015,
con el paso de decenas de refugiados procedentes de Siria y otras áreas de conflicto.
La conmoción, unida a la lentitud mostrada
por la coalición de partidos en el gobierno, fue hábilmente aprovechada por el
llamado Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) para montar una campaña que
llevó a su candidato a la presidencia a encabezar la primera vuelta de las elecciones con el 35 % de los votos. Tras él quedó el actual
presidente electo, luego otra independiente, la jueza Irmgard Griss, y detrás de esta, sin ninguna esperanza ya de continuar aspirando al cargo, los
representantes de los partidos de la actual coalición, los mismos que han
dominado la política austríaca durante los últimos cincuenta años.
Aupado por su posición líder, Norbert Hofer,
el autodenominado rostro más amable de la formación ultraderechista del FPÖ, se
situó entonces a la cabeza de las encuestas para la segunda ronda. Ante la
posibilidad de que alcanzara finalmente el triunfo y ganara, según estipula la
constitución, el derecho a disolver el Consejo Nacional del Parlamento, los
medios internacionales y gran parte de las instituciones europeas comenzaron a
desesperarse.
No menos intranquilos quedaron los habitantes
de Austria, y el gran por ciento de oponentes a las políticas patrioteras,
visiblemente antieuropeas y xenófobas del FPÖ y, por supuesto, la gran cantidad
de extranjeros que vivimos de manera legal en este país. Aunque es bueno
aclarar que el extremismo tiene un gran número de simpatizantes entre los no
nacidos en Austria y entre quienes proceden del antiguo campo socialista, a
juzgar por los innumerables comentarios de apoyo dejados en las redes sociales.
FPÖ en campaña: Tu patria te necesita ahora. |
En medio de semejante contexto llegó el día
de la esperada segunda vuelta electoral, en un domingo de temperaturas
agradables a pesar de lo fría que en términos generales ha sido esta primavera.
A las pocas horas de cerrados los colegios, cuando aparecieron los primeros
resultados, más de un analista debe haberse sorprendido con la manera tan
pareja con la que ambos candidatos habían ido acumulando votos. La noche terminó
en empate y la decisión del ganador solo se conocería al día siguiente.
Ese, el pasado lunes, se tornó en una tarde angustiosa a la espera del vencedor. Algunas predicciones aseguraban incluso que Hofer adelantaba a su contrincante por más de un 1 % desde la jornada anterior. Por esa razón los seguidores del partido
de ultraderecha, ataviados con los ubicuos Dirndl y Lederhosen (trajes típicos
de Austria), habían decidido celebrar la victoria al final del domingo, aunque
aún faltaban por contarse los votos enviados por correo postal.
Los comentaristas señalaron que muchos
votantes, tradicionalmente a favor del Partido Conservador, habían optado por darle
el voto al FPÖ para castigar así la inercia de sus representantes. Aunque no
descarto a quienes actuaron de ese modo, creo que la votación refleja un
problema que trasciende las fronteras de este país e impacta a más de una
nación europea. Se trata de la poca confianza que la población muestra en sus
políticos, lo que constituye la verdadera grieta en un sistema que, adaptado a
la baja inestabilidad de antaño y a la bonanza de la economía de pasadas
décadas, se afianzó en el poder y extendió sus instituciones y órganos
ejecutivos como una estrategia que buscaba más el instinto de conservación que
el impulso al desarrollo y el bienestar de sus ciudadanos.
Quizás uno de los momentos más peculiares de
toda la espera fue la escasa cobertura mediática de los instantes previos al
anuncio del resultado. En el canal 2 de la televisora pública ÖRF estaba previsto un pase a palacio a
las 3 de la tarde para conocer al vencedor. Sin embargo, cuando el reloj marcó
esa hora no hubo ninguna interrupción de la señal que proyectaba la telenovela
de turno, la alemana Wege zum Glück
(Caminos a la felicidad). Minutos después, el vínculo activo del sitio web del
periódico Der Standard, que supuestamente transmitiría en vivo el resultado de
la suma de votos, dejaba de operar por problemas técnicos.
En pantalla apareció un circunspecto Tarek
Leiter para confirmar que los resultados todavía demorarían al menos una hora
más y se comunicó con el corresponsal que desde palacio tampoco aportó más
detalles. Hacía varias horas que los usuarios, periodistas y comentaristas
intercambiaban mensajes en las redes sociales, sobre todo en Twitter, donde lo
mismo se compartían los últimos gráficos animados de las elecciones y el
comportamiento de los votantes por regiones y ciudades, que se alertaba sobre
la falta de rigor o falsedad de una determinada cuenta o usuario.
Otros aprovechaban la tensión para sacarle el
lado más gracioso a toda la situación y la incertidumbre propia del suceso. En
el ÖRF-2 los productores optaron por ofrecer más drama, esta vez
con un capítulo de Weißblaue Geschichte
(Historias blanquiazules) otra serie alemana de 1984 en la que la tranquilidad
de unos aldeanos de Baviera, que también vestían atuendos
típicos, la conmocionaba la llegada, nada más y nada menos que de un
león. Ahí aprovecharon los twitteros para reafirmar con chistes lo absurdo de
la situación y algunos hasta sugirieron teorías conspirativas que le otorgaban
al león la presidencia.
Por fin llegaron los resultados aunque antes,
tanto Hofer como el líder de su partido, Heinz-Christian Strache, habían anunciado
la derrota en sus respectivas páginas de Facebook. Tal vez la frustración de
haber perdido, el cambio brusco en el júbilo que había primado la tarde
anterior, fue demasiado para los seguidores de ambos líderes, pues llenaron las
redes sociales de mensajes amenazadores, al punto de que fue preciso un llamado
a la calma por parte de las máximas autoridades del FPÖ.
Protesta contra el FPÖ antes de la segunda vuelta: Ningún nazi en el Hofburg (c) TheGuardian |
Así, enfurecidos y frustrados, han de
permanecer al menos hasta el 2018, cuando se efectúen nuevamente las elecciones
legislativas en Austria, quienes desean que el partido más xenófobo y
provinciano de la nación rija los destinos de esta. Entonces elegirán al nuevo
canciller y habrá que ver si el presidente recién electo cumplirá su palabra de
que nunca aprobará a un Bundeskanzler
del FPÖ, en el supuesto de que el hasta ahora aspirante Strache logre el
triunfo que desde hace una década tanto anhela.
Tras los resultados, mi celebración fue muy
simple. Salí a correr al parque donde suelo completar mis kilómetros de
entrenamiento en el tranquilo y afluente barrio de Währing, al oeste de Viena.
Es un distrito que no se caracteriza por la actividad, aunque tampoco le queda
bien el calificativo de durmiente. Sin embargo, en las escenas de lo que parecía
un lunes cualquiera, no distinguí ninguna señal de que mis vecinos acababan de
salir de una elección tan reñida. En Währing los seguidores del FPÖ escasean,
pues los votantes aquí, hasta las últimas elecciones, habían apoyado siempre a
los conservadores del Partido Popular (ÖVP). Por eso a muchos sorprendió la
elección de Silvia Nossek (Verdes) como jefa del gobierno distrital.
De todas formas, la aparente impasibilidad
del barrio era quizás la mejor evidencia de que la gente da por sentado que
disfrutará eternamente de los beneficios de una democracia, que el
autoritarismo y la vuelta a un régimen fascista como el de que trajo la anexión
en 1938 es prácticamente improbable. Quién sabe, tal vez en los años previos a
aquel desastre, cuando Austria se lamentaba del imperio perdido y de su otrora
papel relevante en la política y la cultura mundial, muchos pensaron también
que un régimen como el Nazismo, con todas sus implicaciones, nunca llegaría a
este país de lagos cristalinos y cumbres nevadas.