Mi primer encuentro con el fado no pudo ser mejor: el disco Antología de los Madredeus. A través de la singular y armonizada voz de Teresa Salgueiro, me llegó el sonido y el relato de esta melodía portuguesa que tiene a Lisboa y al barrio de Alfama, como su lugar de origen.
Madredeus es también un ejemplo particular cuando se habla de esta música. Al menos así lo comprobé tras leer las notas de Internet que usé para introducirlos en mis programas de radio. Ellos gozaban de cierto status de celebridad europea y, lo que es casi lo mismo, de seguidores acostumbrados a propuestas bien elaboradas en términos musicales y de interpretación.
La música portuguesa sigue siendo tan ignorada en Cuba como lo es en otras partes del mundo. Poco se sabe de intérpretes y agrupaciones del país ibérico. Así que cuando en el 2005 asistí a la presentación de Mariza, me sentí tan sorprendido como avergonzado por tanto desconocimiento.
Cada país tiene sus referencias melodiosas y sus divas. En Portugal, hasta finales de los años 90, Amalia Rodrigues encarnó para la gran mayoría de sus compatriotas el espíritu y la voz del fado. Cuando escuché a Mariza, todavía no me había tropezado con ninguna grabación de la grande Amalia. Sin embargo, eso no impidió que tras el concierto le comentara a Helena a modo de valoración apresurada que cualquiera no podía cantar un fado.
A Mariza, por ejemplo, la beneficia tener una voz extraordinaria, afinada, potente. En sus recitales sobresale por su capacidad de decir y sentir el texto. Ella es, sobre todo, una intérprete. Puede aparentar estar alegre o sobria según la ocasión, pero siempre sobresale por su intensidad. Creo que el fado tiene, como el bolero, un pacto singular con la tristeza. No es que le haga un culto fácil, sino que parece partir de la premisa de que las escenas del desamor y los imposibles nos tocan más de cerca porque nos recuerdan historias personales específicas, y la alegría, a veces es tan compartible y simple, que la encontramos demasiado ordinaria como para que nos pertenezca.
Con semejante preámbulo, los conciertos de esta portuguesa nacida en Mozambique no necesitarían de otros añadidos. Además de sus excelentes cualidades como cantora, Mariza posee una presencia escénica para tener en cuenta. En cualquier escenario, esta mujer extremadamente alta, vestida con faldas enormes, recuerda a ratos a ciertas imágenes sobre apariciones y milagros. Es curioso que una producción basada en elementos tan simples gane tanto en espectacularidad. Mariza, en el centro, adquiere la relevancia icónica de cualquier mito.
Si la intérprete impresiona por su manera de trasmitir texto y música, también lo hace por sus ya frecuentes proezas vocales. En sus conciertos es habitual que regale algún que otro tema cantado según manda la tradición fadista; es decir, como si todo sucediera en un bar de Lisboa, donde no hay micrófonos. Así ocurrió a finales del 2006 cuando Mariza cantó por primera vez en el Royal Albert Hall de Londres.
Antes de terminar su actuación, la fadista bajó a la platea y, ante la euforia de sus coterráneos y la sorpresa de muchos en el público, regaló un fado tradicional. Sería muy categórico si aceptara que su voz llenó el coliseo londinense, pues por las dimensiones del R.A.H. es virtualmente imposible que cualquier humano, sin ayuda técnica, pueda realizar tal proeza. No obstante, el esfuerzo de la cantante no pasó desapercibido y su voz pudo oírse más allá del segundo círculo, ante el asombro de espectadores quizá acostumbrados a espectáculos más comedidos.
Mientras espero por nuevas grabaciones, me atrevo a calificar a Transparente, el disco del 2005, como uno de sus trabajos más acabados. Mariza tiene un modo peculiar de escoger canciones, sus álbumes generalmente incluyen fados populares junto a obras de compositores más contemporáneos. En este disco, fue igualmente responsable del éxito el brasileño Jacques Morelenbaum, quien ha producido discos de Caetano Veloso, Tom Jobim, Gal Costa, Cesaria Évora, Ryuichi Sakamoto y Marisa Monte, entre otros muchos. Con la incorporación de varios instrumentos además de las clásicas guitarras, contribuyó a que el resultado fuera apreciable tanto por conocedores como por neófitos. El disco es un inusual acercamiento a un género tradicional y un buen ejemplo de la música del Portugal menos tradicional y más moderno, más diverso.
Algo que distingue a Mariza es su trabajo con los poetas lusitanos. En sus grabaciones aparecen los versos de Fernando Pessoa, ese adorado fantasma de la lírica lisboeta, y también de autores menos conocidos. En Transparente descubrí Desejos vaos (Deseos vanos) de Florbela Espanca (1894 – 1930). Me atrajo el modo de filosofar de esta poeta, a partir de escenas simples y naturales, como las piedras de las calles, los árboles y el ocaso en Lisboa, esa ciudad que el sol torna multicolor cuando la ilumina y que el Atlántico bordea en su afán sobreprotector,.
Desde entonces han sido muchos los encuentros con el fado, pero eso es parte de otra historia...
Desejos vãos
Florbela Espanca
Eu queria ser o Mar de altivo porte
Que ri e canta, a vastidão imensa!
Eu queria ser a Pedra que não pensa,
A pedra do caminho, rude e forte!
Eu queria ser o Sol, a luz intensa,
O bem do que é humilde e não tem sorte!
Eu queria ser a Árvore tosca e tensa
Que ri do mundo vão e até da morte!
Mas o Mar também chora de tristeza...
As árvores também, como quem reza,
Abrem, aos Céus, os braços, como um crente!
E o Sol, altivo e forte, ao fim de um dia,
Tem lágrimas de sangue na agonia!
E as Pedras... essas... pisa-as toda a gente!...