El 2006 fue un buen año para muchas voces femeninas británicas, sobre todo para debutantes. En un inicio Corinne Bailey Rae acaparó todas las reseñas a partir del lanzamiento del disco llamado como ella, y de la urgencia con que los medios de prensa la señalaron como número uno. La confirmación llegó después cuando comenzó a ganar buenas críticas tras sus presentaciones en Estados Unidos. En el verano la estrella fue Lily Allen y en el último trimestre KT Tunstall y Joss Stone se agregaban a la lista de triunfadoras, gracias también al interés que mostraba la prensa norteamericana por sus últimas producciones.
En febrero del 2007, cuando estaban próximos a entregarse los Brit Awards, principales en el mundo musical británico, estas cantantes parecían destinadas a ganar en la categoría de solista femenina. Sin embargo, el premio se lo llevó alguien que, como ellas, había tenido comentarios de elogio tras la salida de un segundo álbum: Amy Winehouse.
Esta muchacha judía nacida en 1983, en el norte de Londres ya había sido noticia en el 2003, cuando sacó al mercado su compacto Frank. En aquel entonces, su canción Stronger than me fue premiada con el Ivor Novello a la mejor composición contemporánea. El disco del 2006 se titula Back to Black y al igual que su anterior CD está lleno de las influencias que convierten a esta británica en una intérprete bastante peculiar.
Hablo de Aretha Franklin, The Supremes, The Ronettes, del Rhythm and Blues, y del Jazz. Cuando uno escucha a la Winehouse, es difícil imaginarla tal cual es. Tiene voz de negra y espíritu “bluesero”, sabe cómo atacar un tema y dominarlo con supremacía avasalladora. No tiene miedo a recrear, con letras contemporáneas, melodías que recuerdan a décadas pasadas; aunque en los sesenta lo que la Winehouse canta dejaría colorado a más de un mojigato.
Sin embargo, al lado talentoso de esta muchacha de Southgate, se le unen sus fotografías recurrentes en los tabloides. Escandalosos titulares, como sólo pueden ser los del Daily Mail o The Sun, han dado cuenta de sus desmayos en plena actuación. Ya es famosa la historia de como suspendió un concierto de dos noches en el Shepherd Bush Empire, aparentemente por enfermedad, para que luego la descubrieran comprando botellas de vino en un supermercado. Con varias copas de más, se dejó ver en un programa televisivo e intentó en vano cantar junto a Charlotte Church, el Beat it the Michael Jackson. Por You Tube anda el video que evidencia semejante mala pata.
Amy Winehouse es una estrella joven y todavía le queda mucho por andar. Es posible que siga saliendo en los periódicos y que los paparazzis se disputen su rutina diaria. No será ni la primera ni la última, eso está claro. En su defensa quedan dos discos que le hacen honor a su talento, a su forma de hacer música, y a su voz poderosa y singular. Muchos esperan que su próxima gira por ciudades estadounidense sea pues el detonante para que la Winehouse llegue a ser más reconocida.
Por ahora, esta delgada y provocadora londinense, que ha hecho de los peinados (que mucho me recuerdan a la Gina León de los 60) casi el complemento de su nombre y marca comercial, anda disfrutando de las ventas de Back to Black. Y quizá de noches de alcohol en clubes y pubs de esta ciudad, donde beber y emborracharse es tan cultural como el estereotipado té de las 5 con el que todavía en Latinoamérica asociamos a los ingleses.