(c) Ben Rhodes |
Barack
Obama, el primer presidente norteamericano en visitar Cuba en casi un siglo,
dejó la isla esta semana. Tal parece que la estancia fue fugaz si se compara, como
él mismo hizo, con el atraso que ambos países acumulan, más de cincuenta años,
esos que pesan tanto en un ambiente como el que ha marcado las relaciones (o
ausencia de) entre los dos países. Son demasiados, acrecentados por el peso de
la ideología y la testarudez de ambos bandos, que vieron en la posibilidad de
mantener las diferencias una razón para presentarse ante el mundo como
vencedores de una guerra inútil.
La
gerontocracia cubana posiblemente se crea que vencieron, que abrir la isla al
llamado “líder del mundo libre” fue la consecuencia final de una estrategia
basada en el empecinamiento y la inmovilidad. Para ellos, y para un cierto
sector de la izquierda anquilosada, el hecho de que los visitara un demócrata y
el primer afrodescendiente en ocupar la Casa Blanca era irrelevante, pues quien
arribó a La Habana en la tarde lluviosa de un domingo fue el representante del
“Imperialismo Yanqui”, ese maleable apelativo del que los niños cubanos
aprendemos a desconfiar bien temprano, sin comprender muy bien qué significa.
Tal vez por eso, el general-presidente no se dignó a recibirlo cuando el avasallador
Air Force 1 tocó tierra cubana.
Quienes
sí le dieron una bienvenida más calurosa fueron los vecinos de La Habana Vieja,
primer punto del recorrido oficial, y los de Centro Habana, donde llegó para
cenar en una de las paladares exitosas de la que llaman la capital de todos los
cubanos. La Televisión Nacional se limitó a las escenas del aeropuerto, prefirió esconder el entusiasmo de sus
televidentes, gran parte de los cuales, por suerte, ya no necesita las cámaras
del ICRT para mostrar y compartir imágenes de la vida insular.
Lo que
sí mostraron las pantallas de la isla fue el recibimiento oficial y las
declaraciones posteriores. El visitante, diplomático y comedido, discursó –con
modales y maneras de negociador- sobre diferencias que no comprometan lo que se
ha logrado hasta ahora. Luego contestó preguntas. El general, tras la lectura
de su intervención en la que no faltaron las referencias habituales del
discurso político de la isla, intentó agradar a la audiencia aceptando un
brevísimo cuestionario. Sin embargo, bastó que aflorara el tema de los
prisioneros políticos para que se tornara tenso, incoherente, fuera de lugar.
Es de suponer que en muchos hogares cubanos las conversaciones de quienes observaban
la transmisión del evento giraran en torno al pobre desempeño del líder, ese
mismo que rige el destino de millones de compatriotas.
Raúl
Castro ha dicho, como le recordó también Barack Obama, que abandonará el poder
en el 2018. Tal vez, como sucedió con su hermano mayor, la Televisión Cubana
dejará progresivamente de mostrarlo en vivo, a fin de ocultar el declive de sus
facultades a la vista de todo el país. A Obama le queda menos
tiempo en el sillón presidencial, pero si desde la difusión en las redes sociales de su entrevista con el
actor Luis Silva (Pánfilo) pareció ganarse la afinidad de muchos, el
discurso del 22 de marzo le prodigó simpatías adicionales. Y más de un espectador puede que hubiera preferido la
presencia del mandatario estadounidense en la isla unos años antes.
En un
mensaje esperanzador, salpicado de frases en español y de referentes culturales,
Obama sentenció que el futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo
cubano. Antes había remarcado que el Estado del Derecho en la isla no puede
incluir detenciones arbitrarias para aquellos que critican al gobierno. Desde
afuera, un simple razonamiento pone en evidencia que hace falta la segunda
condición para que se cumpla la primera, de lo contrario el porvenir que le
espera a los cubanos será de más privaciones y reprimendas.
Desde
la isla, varios han comentado en las redes sociales que después de las palabras del Presidente Obama, la
Televisión Cubana dio paso a un panel (seguramente de habituales de la Mesa
Redonda) quienes procedieron a objetarle al norteamericano la audacia de sus
planteamientos. Los círculos de poder insular todavía funcionan como en los
años de mayor beligerancia contra los EE.UU. Ya no basta controlar lo que los
cubanos ven, es necesario también convencerlos de que lo que han visto y
escuchado no es precisamente eso.
Tras su
mensaje de esperanza, el Presidente Obama y el general se dejaron ver en el
Estadio Latinoamericano para presenciar el juego de baseball entre el equipo
Cuba y los del Tampa Bay Rays. Ganaron los visitantes. Horas después, el
general despedía al norteamericano desde la terminal aérea en la que
no lo recibió. En Facebook una amiga danesa que visitó la isla por primera vez
en el ya lejano 2002 me dejaba saber su anhelo de que la visita de Obama terminara
siendo buena para los cubanos. Yo también, le escribí, pensando en los millones
de la isla que añoran desde hace mucho lo que merecen: una vida mejor, con
menos ideología y más derechos.