Casa de Guadalupe Cot, Placetas, Cuba. |
Gracias a la maravilla del Google Earth y su
exactitud al mostrar los objetos a nivel de la calle, mi jefe nos enseñó esta
semana la casa donde transcurrió la mayor parte de su infancia en la ciudad
canadiense de Montreal. Sorprendido por la eficacia de la herramienta digital,
bastaron unos clicks para que evocara un período feliz, sin dudas. Un poco
emocionado nos señaló su casa, un edificio típico de la arquitectura
quebequense. “Esta es la ventana del que era mi cuarto; esta, la del de mis
padres” nos dijo. Luego se movió por la pantalla y nos dio un paseo virtual por
su cuadra: “Allí, frente a esa pared, jugábamos béisbol.”¡Qué increíble!,
pensé, el edificio y la avenida apenas habían cambiado en poco más de cuarenta
años. Desde la instantánea intemporal de la página de Google resultaba muy
fácil imaginar un pasado del que aquellos edificios y calles habían sido
testigos.
Es curioso cómo los inmuebles pasan a
convertirse en sitios de la memoria. Lo que, a diferencia de los monumentos,
construidos y diseñados para ese fin, las casas de familia adquieren el valor
del recuerdo de manera espontánea con el uso que sus habitantes hacen de sus
paredes y espacios un día tras otro. Como la de mi jefe, las viviendas pasan a
ser lugares que guardan remembranzas y revelan pasajes importantes en la vida
de quienes las habitan. Sobre todo si estos mismos habitantes se ocupan con el
tiempo de narrar las historias que le acontecieron dentro de las cuatro paredes.
Luego del paseo virtual, me imaginé en el
mismo rol de mi jefe, accionando la herramienta de Google para reparar en el
lugar donde nací. Solo que, a diferencia de la calle de Montreal, la de mi
niñez ha cambiado mucho. Tal vez sea una característica de las sociedades
del Primer Mundo, esa estabilidad o instinto de conservación inmobiliario, lo
que impide que las construcciones se desplomen inesperadamente, como en La
Habana o agonicen tras un deterioro lento y aparente como las del resto de Cuba.
A excepción quizás de Detroit, cuya decadencia ocupa más de una detallada crónica por estos días, las casas en la mayoría de las ciudades del hemisferio
norte apenas mudan su aspecto exterior. Y hablo en términos generales sin ánimo
de parecer definitorio, porque cada ciudad tiene sus barrios menos ilustres y
aún así hay espacios dilapidados en otras partes más exclusivas. En Londres,
por ejemplo, el fotógrafo Paul Talling ha compilado más de 2000 instantáneas de
lugares semi-abandonados en varias zonas de la capital inglesa.
Vale aclarar que las edificaciones que persisten tampoco se
mantienen invariables al paso del tiempo y a los caprichos de sus dueños. A
excepción de las que se protegen por su valor patrimonial, las demás pueden
conservar una fachada casi idéntica a la del año de su construcción, pero
basta traspasar el umbral para darse cuenta de que el interior no guarda
ninguna relación con el pasado. Eso lo descubrimos en Londres, durante los días de andar a la
búsqueda de un lugar para vivir cuando esperanzados agentes inmobiliarios nos
mostraban impactantes edificios de un innegable pasado esplendoroso. Sin
embargo, tras pasar el portón de entrada aquellas casas señoriales se transformaban
en una colección de mini-apartamentos diseñados para cumplir las más imperiosas
necesidades habitacionales en el más mínimo espacio.
No dudo que en Cuba haya quien tenga
semejante empeño; de hecho, muchas viviendas hoy exhiben sorprendentes ejemplos
de la inventiva arquitectura criolla. Y algunas hasta se han beneficiado poco a
poco, de los tímidos avances de la economía nacional y de ganancias
provenientes de empresas individuales. No obstante, en la gran mayoría de
calles y avenidas persisten ejemplos visuales del deterioro. Y los compatriotas
se han tenido que habituar a verlos, a pasar por su lado en su accionar
cotidiano, sin detenerse mucho en lo que significan. Uno termina
acostumbrándose tanto que cuando se topa con otros paisajes urbanos, la experiencia suele terminar en shock. Como le ocurrió a un amigo que tras su
primera caminata en Londres, acabado de llegar de un largo vuelo desde La
Habana, se quejaba de “dolor de la vista”, asombrado de encontrar tan poca suciedad y
eso que para algunos de otras latitudes los estándares de limpieza londinense
dejan mucho que desear.
Tras la explicación de mi jefe, pensé en que
quizás los pocos espectadores de su recuento anecdótico –mis colegas y yo- nos
volcaríamos al Google Earth para protagonizar un ejercicio común de la memoria.
Al menos imaginé tal cosa, aunque luego convine en que la definición del sitio
web no es tan detallada para Cuba. Y en realidad deseaba evitar un
comentario similar al de mi amiga de Glasgow que cuando le mostré algunas
fotografías del pasado viaje a la isla exclamó con una dosis de incredulidad y
sorpresa: ¡pero todo luce tan de Tercer Mundo! Y yo me encogería de hombros, dándole la razón, aunque sería muy difícil explicarle tanto a
ella como a mi jefe que treinta años atrás esas mismas calles del barrio
aparecían más bulliciosas en el recuerdo de quienes las habitaban. Y, por
supuesto, ellos mismos las comparaban con lo que habían sido en décadas
anteriores, sin importar que lucieran muy devastadas en las fotografías enviadas a otros que también las habían transitado, pero que por varias razones ahora vivían muy lejos.
Iglesia Parroquial San Atanasio, Placetas, Cuba. |
Quien sabe si en el futuro alguna exposición
similar exhiba la historia de las casas cubanas, las huellas de la civilización
y la barbarie. Mas, como es habitual en la isla, tendrán que organizarse
primero muchas muestras sobre La Habana, agotarse incontables reconstrucciones
del patrimonio perdido de la capital, para que alguien se interese por los
espacios habitables en los que transcurrió la vida cotidiana en el resto del
país.
Hoy Google Earth sirve para navegar por
vistas aéreas en las que tejados color terracota son la única señal que identifica
a miles de viviendas cubanas. Si se pudiera utilizar la herramienta del
streetview, los interesados tal vez coincidieran con mi colega escocesa o con
otra amiga alemana que en el 2005 me esperaba cada noche en la casa que
compartíamos, para escuchar historias sobre la vida en Cuba, que siempre clasificaba
como del anecdotario de un país en guerra, una contienda larga e
incomprensible.