Mi primer encuentro con Julie Christie fue definitorio. Antes de verla en pantalla en Billy Liar, me había tropezado con su rostro en más de una ocasión. Ella aparecía en una veintena de fotos representativas de los años 60, que ilustraban cierta enciclopedia del cine disponible en la biblioteca de Casa de las Américas. Yo además la recordaba en los fotogramas de Miss Mary, una cinta hoy casi olvidada en la carrera de la británica.
Para muchos, esta historia de la institutriz inglesa en medio de la aristocracia argentina, significó el reencuentro con una cara familiar en otras épocas. Aún no he visto esta realización de María Luisa Bemberg, y no fue hasta a inicios de los 90, cuando la Cinemateca de Cuba le dedicó uno de sus ciclos a John Schlesinger, que logré, por fin, apreciar uno de aquellos filmes otrora tan comentados.
Y la oportunidad no pudo ser mejor, aunque no alcanzara ver Darling, actuación por la cual ella obtuvo un Oscar en 1966. Quizás se debió a un olvido de los programadores de La Rampa, o a un inesperado apagón, tan común en aquellos tiempos, o tal vez fue mi culpa por no asistir a todas las presentaciones del ciclo.
Años después, en una temporada como la actual, de elecciones en Estados Unidos, la Televisión Cubana sorprendió con la exhibición de Power en el espacio de La película del sábado. Se trataba de una propuesta interesante, una realización pre-The West Wing, así que ignoro si la recibirían igual ahora, quienes tienen en la serie televisiva al principal referente sobre cómo funciona la maquinaria presidencial, electoral y un poco todo ese gran país norteamericano, cuyo mundo farandulero centrado en California nunca sedujo del todo a Julie Christie.
Mi fascinación y evidente afinidad crecieron con cada película que, protagonizada por ella, proyectaron en algún lugar accesible. Recuerdo incluso, cuando un grupo de amigos entusiasmados con la novedad del video-beam, ante la palpable extinción del largometraje de 35 milímetros en los cines cubanos, me llevaron a visionar una deplorable y granulosa copia de Doctor Zhivago.
Cuando terminó no sabía si darle la razón a otro buen colega y a su teoría personal sobre el rostro de la Christie. Para él, mi adorada rubia tenía un defectuoso cutis demasiado fino, donde las arrugas y los pliegues de la piel aparecerían más temprano que en el resto de los mortales. Entonces los conocimientos de ambos en el arte de la cosmética eran nulos, así que imaginando los estragos que el sol tropical causaría en aquel perfil icónico de los 60, y desalentado por la diferencia de edad, mi pasión se fue reduciendo.
A finales del 2007 fuimos a ver Away from her. La presencia de Julie Christie era el principal atractivo, pero también la de Sara Polley como directora. A la canadiense la recordaba tierna y frágil en Mi vida sin mí, el hermoso filme de Isabel Coixet. Confieso que en lo menos que reparé fue en las arrugas de la Christie, no sólo porque había envejecido espléndidamente, sino porque protagonizaba una historia sobre el envejecimiento.
Lo impresionante fue la habilidad de la realizadora para captar con recursos mínimos, lo doloroso, frustrante y devastador que puede resultar la pérdida de facultades. Y digo recursos mínimos, aunque la frase sea discutible. Es sabido que los actores deben dar cuerpo a personajes, mostrarlos enteramente, lo que, por supuesto, incluye a las emociones. Sin embargo, más de una estreno reciente del cine contemporáneo evidencia que no siempre ocurre así.
En Away from her, ciertos primeros planos de la Christie, angustiada y ausente, sin asideros, diría que resumen su capacidad histriónica. Son esos instantes los que a mi juicio validan esta película y la acercan a cualquier espectador. Se trata de un relato fílmico intenso, porque intensa es la propia existencia humana. Lo demás es la actriz, su semblante algo envejecido, pero bello, en un filme sin demasiadas referencias a un lugar específico o a un país, quizá porque a todos puede tocarnos el asistir a los días finales de alguien muy querido, cuando el pasado, los sucesos en la vida común, van borrándose lentamente.
En la próxima entrega del Oscar, Julie Christie esperará, tal vez sin muchas expectativas, que la academia norteamericana le conceda el premio. Se lo merece, aunque tiene en Marion Cotillard, a una difícil contendiente. La francesa saca a flote, y a puro pulmón, un biopic menor como La vie en rose. No llevarse a casa la estatuilla dorada supongo no que afecte mucho la vida de Christie. A mí, por otra parte, me gustaría que Away from her no fuera la última visita al plató para esta maravillosa mujer, a quien le debo momentos inolvidables en mi breve existencia de cinéfilo empedernido.