Un colega de mi recién estrenado trabajo me preguntó hace poco qué tipo de música me gustaba. Se me hace difícil responder esta pregunta, porque no tengo solo un estilo preferido, o una predilección específica por tal o más cual género, tal o más cual cantante o grupo. Las melodías de este mundo me resultan la mejor evidencia de que nuestro planeta es diverso y sonoro.
Le comenté sobre algunas bandas norteamericanas que sigo desde los años 90, pero no las conocía. Opté por nombrar a otras más identificables y tampoco tuve éxito. Mi colega me confesó que despreciaba el pop, el rock, y entonces empecé a pensar cuál podría ser una lista posible que él identificaría. Por supuesto, no tenía sentido hablar de mis preferencias en el ámbito iberoamericano, pues sólo aumentarían su ya perceptible sensación de ignorancia.
Fue entonces cuando me dijo que le agradaba la música étnica. ¡Maldito imperialista!, le solté en tono de broma, sabiendo que seguro se refería a esa variedad particular de ritmos que las disqueras agrupan bajo el rótulo de World Music o Músicas del Mundo. Creo que hay que culpar a críticos y estudiosos de las clasificaciones, pues generalmente parecen establecidas para justificar teorías tendenciosas.
Para ejemplificar, me mencionó a un grupo húngaro. Yo le comenté sobre las interpretaciones de Márta Sebestyén, incluidas en la banda sonora de El paciente inglés, aunque esto no sirvió de mucho. Quizá él no estaba muy seguro de que mis referencias formaran parte de su clasificación. Traté de no juzgarlo y, para nivelar la situación, le aclaré que seguro él podría nombrar a otros tantos que yo desconocía. Por ejemplo, no estoy muy al corriente de las más últimas creaciones de rap y hip-hop.
Además, no confío mucho en la nomenclatura musical, máxime cuando me parece demasiado basada en medidores comerciales. Si repasamos las ediciones de los premios Grammys y sus decenas de categorías, es fácil comprender lo complejo que resulta a veces ubicar a algunos intérpretes en un apartado específico, sobre todo si estos exceden las convenciones de la industria discográfica,.
Lo peor es que la gran mayoría de estas clasificaciones se convierten en verdaderas camisas de fuerza, de modo que a veces, es más conveniente crear una nueva que tratar de situar en una que ya existe a algún cantante recién descubierto o a un nuevo disco producido. No en balde la lista ya luce interminable.
A la música étnica la asocio más con la etnomusicología, disciplina que estudia las creaciones melódicas de grupos humanos con frecuencia alejados de los mecanismos del mercado y hasta de la civilización. Es el canto “de la tribu” en su estado más puro, quizás emparentado el mítico griot africano que tanto popularizó a mediados de los 70 la revista El Correo de la UNESCO.
Por añadidura, las maneras de clasificar se orientan por patrones occidentales, o mejor, por cánones definidos según la tradición musical de un determinado país que casi siempre es Estados Unidos. Nada ejemplifica mejor esta tendencia que las secciones de Amazon o el peculiar término “folk”. Sobre el primero basta revisar las páginas de venta de discos. Hay una que agrupa, como si se tratara de géneros afines, lo cubano y lo latino. Así, bajo el vínculo de Cuban and Latin, uno puede encontrar lo mismo a Compay Segundo que a Ricky Martin.
En cuanto a “Folk” la apreciación es más problemática. A pesar su claro origen, de folclor o folklore, que no alude a una nación específica, ya que todas poseen sus propias tradiciones folclóricas, la palabra ha quedado como referente único de los ritmos más tradicionales de Estados Unidos. En el mejor de los casos, también se utiliza para denominar a producciones de otros países angloparlantes con apellidos como Irish Folk o el Celtic Folk.
El día siguiente a nuestra conversación, le pregunté a mi amigo si le gustaba la música africana. Traté de hacerle ver que me estaba refiriendo más a ciertas creaciones antes que a una muestra diversa que abarcara todo lo que se hace en el continente desde las melodías de argelina Souad Massi hasta las de la Orquesta Baobab, pasando por la extensa producción discográfica de la caboverdiana de Cesarea Évora.
Estaba pensando más en la beninesa, ya casi internacional, Angelique Kidjo, a quien escucho por estos días tras obtener su más reciente compacto titulado Djin Djin. ¿La incluiría mi colega en sus referencias de música étnica, por el hecho de que la Kidjo canta varios temas en el dialecto de su país natal? ¿La clasificarían otros como de Rhythm and Blues por los dúos con Alicia Keys y Joss Stone? ¿Acaso como una propuesta más jazzeada por canciones como Pearls, donde participan Josh Groban y Carlos Santana? ¿O como World Music por los duetos con otros afamados representantes de esa tendencia como Youssou N´Dour y Amadou & Mariam?
De todas formas no deseaba ponerlo en aprietos, ni alentarlo a que siguiera guiándose por un método de clasificación que más que incluir, excluye. Por lo pronto, le cedí una colección de temas de artistas internacionales y lo invité a escucharlos con detenimiento. Mi objetivo no era tratar de convencerlo de que no valen tanto los calificativos o de la certeza de que sólo hay buena y mala música, pues se hace tanta que nunca llega a la nominación para un premio como el Grammy, que pienso que es criminal no tratar, al menos, de mostrarse curioso por descubrirla.