jueves, mayo 26, 2016

Elecciones presidenciales en Austria: 48 horas en vilo.

(c)Der Standard.at
Austria tiene un nuevo presidente, Alexander Van der Bellen, un economista de 72 años, exprofesor universitario, un candidato independiente que se presentó a las votaciones con el apoyo del Partido Verde. Su ascenso al cargo en el histórico Palacio Imperial de Hofburg pasará a las historia como el colofón de unas elecciones que han removido la política local y puesto al país centroeuropeo en el centro de las inquietudes de quienes temen a los extremismos de derecha.

La convocatoria a las presidenciales programada para abril 2016 no pudo haber llegado en un momento más conflictivo, en un mundo globalizado donde temas como el islamismo radical, la crisis económica y el auge de la agrupaciones populistas de ambos extremos del espectro político marcan el panorama en varias regiones. Esta pequeña nación de 8 millones de habitantes, cuna de antiguos imperios, había visto afectada su parsimonia habitual en el verano del 2015, con el paso de decenas de refugiados procedentes de Siria y otras áreas de conflicto.

La conmoción, unida a la lentitud mostrada por la coalición de partidos en el gobierno, fue hábilmente aprovechada por el llamado Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) para montar una campaña que llevó a su candidato a la presidencia a encabezar la primera vuelta de las elecciones con el 35 % de los votos. Tras él quedó el actual presidente electo, luego otra independiente, la jueza Irmgard Griss, y detrás de esta, sin ninguna esperanza ya de continuar aspirando al cargo, los representantes de los partidos de la actual coalición, los mismos que han dominado la política austríaca durante los últimos cincuenta años.

Aupado por su posición líder, Norbert Hofer, el autodenominado rostro más amable de la formación ultraderechista del FPÖ, se situó entonces a la cabeza de las encuestas para la segunda ronda. Ante la posibilidad de que alcanzara finalmente el triunfo y ganara, según estipula la constitución, el derecho a disolver el Consejo Nacional del Parlamento, los medios internacionales y gran parte de las instituciones europeas comenzaron a desesperarse.

No menos intranquilos quedaron los habitantes de Austria, y el gran por ciento de oponentes a las políticas patrioteras, visiblemente antieuropeas y xenófobas del FPÖ y, por supuesto, la gran cantidad de extranjeros que vivimos de manera legal en este país. Aunque es bueno aclarar que el extremismo tiene un gran número de simpatizantes entre los no nacidos en Austria y entre quienes proceden del antiguo campo socialista, a juzgar por los innumerables comentarios de apoyo dejados en las redes sociales.
FPÖ en campaña: Tu patria te necesita ahora.
En medio de semejante contexto llegó el día de la esperada segunda vuelta electoral, en un domingo de temperaturas agradables a pesar de lo fría que en términos generales ha sido esta primavera. A las pocas horas de cerrados los colegios, cuando aparecieron los primeros resultados, más de un analista debe haberse sorprendido con la manera tan pareja con la que ambos candidatos habían ido acumulando votos. La noche terminó en empate y la decisión del ganador solo se conocería al día siguiente.

Ese, el pasado lunes, se tornó en una tarde angustiosa a la espera del vencedor. Algunas predicciones aseguraban incluso que Hofer adelantaba a su contrincante por más de un 1 % desde la jornada anterior. Por esa razón los seguidores del partido de ultraderecha, ataviados con los ubicuos Dirndl y Lederhosen (trajes típicos de Austria), habían decidido celebrar la victoria al final del domingo, aunque aún faltaban por contarse los votos enviados por correo postal.

Los comentaristas señalaron que muchos votantes, tradicionalmente a favor del Partido Conservador, habían optado por darle el voto al FPÖ para castigar así la inercia de sus representantes. Aunque no descarto a quienes actuaron de ese modo, creo que la votación refleja un problema que trasciende las fronteras de este país e impacta a más de una nación europea. Se trata de la poca confianza que la población muestra en sus políticos, lo que constituye la verdadera grieta en un sistema que, adaptado a la baja inestabilidad de antaño y a la bonanza de la economía de pasadas décadas, se afianzó en el poder y extendió sus instituciones y órganos ejecutivos como una estrategia que buscaba más el instinto de conservación que el impulso al desarrollo y el bienestar de sus ciudadanos.

Quizás uno de los momentos más peculiares de toda la espera fue la escasa cobertura mediática de los instantes previos al anuncio del resultado. En el canal 2 de la televisora pública  ÖRF estaba previsto un pase a palacio a las 3 de la tarde para conocer al vencedor. Sin embargo, cuando el reloj marcó esa hora no hubo ninguna interrupción de la señal que proyectaba la telenovela de turno, la alemana Wege zum Glück (Caminos a la felicidad). Minutos después, el vínculo activo del sitio web del periódico Der Standard, que supuestamente transmitiría en vivo el resultado de la suma de votos, dejaba de operar por problemas técnicos.

En pantalla apareció un circunspecto Tarek Leiter para confirmar que los resultados todavía demorarían al menos una hora más y se comunicó con el corresponsal que desde palacio tampoco aportó más detalles. Hacía varias horas que los usuarios, periodistas y comentaristas intercambiaban mensajes en las redes sociales, sobre todo en Twitter, donde lo mismo se compartían los últimos gráficos animados de las elecciones y el comportamiento de los votantes por regiones y ciudades, que se alertaba sobre la falta de rigor o falsedad de una determinada cuenta o usuario.

Otros aprovechaban la tensión para sacarle el lado más gracioso a toda la situación y la incertidumbre propia del suceso. En el ÖRF-2 los productores optaron por ofrecer más drama, esta vez con un capítulo de Weißblaue Geschichte (Historias blanquiazules) otra serie alemana de 1984 en la que la tranquilidad de unos aldeanos de Baviera, que también vestían atuendos típicos, la conmocionaba la llegada, nada más y nada menos que de un león. Ahí aprovecharon los twitteros para reafirmar con chistes lo absurdo de la situación y algunos hasta sugirieron teorías conspirativas que le otorgaban al león la presidencia.

Por fin llegaron los resultados aunque antes, tanto Hofer como el líder de su partido, Heinz-Christian Strache, habían anunciado la derrota en sus respectivas páginas de Facebook. Tal vez la frustración de haber perdido, el cambio brusco en el júbilo que había primado la tarde anterior, fue demasiado para los seguidores de ambos líderes, pues llenaron las redes sociales de mensajes amenazadores, al punto de que fue preciso un llamado a la calma por parte de las máximas autoridades del FPÖ.

Protesta contra el FPÖ antes de la segunda vuelta:
Ningún nazi en el Hofburg (c) TheGuardian
Así, enfurecidos y frustrados, han de permanecer al menos hasta el 2018, cuando se efectúen nuevamente las elecciones legislativas en Austria, quienes desean que el partido más xenófobo y provinciano de la nación rija los destinos de esta. Entonces elegirán al nuevo canciller y habrá que ver si el presidente recién electo cumplirá su palabra de que nunca aprobará a un Bundeskanzler del FPÖ, en el supuesto de que el hasta ahora aspirante Strache logre el triunfo que desde hace una década tanto anhela.

Tras los resultados, mi celebración fue muy simple. Salí a correr al parque donde suelo completar mis kilómetros de entrenamiento en el tranquilo y afluente barrio de Währing, al oeste de Viena. Es un distrito que no se caracteriza por la actividad, aunque tampoco le queda bien el calificativo de durmiente. Sin embargo, en las escenas de lo que parecía un lunes cualquiera, no distinguí ninguna señal de que mis vecinos acababan de salir de una elección tan reñida. En Währing los seguidores del FPÖ escasean, pues los votantes aquí, hasta las últimas elecciones, habían apoyado siempre a los conservadores del Partido Popular (ÖVP). Por eso a muchos sorprendió la elección de Silvia Nossek (Verdes) como jefa del gobierno distrital.

De todas formas, la aparente impasibilidad del barrio era quizás la mejor evidencia de que la gente da por sentado que disfrutará eternamente de los beneficios de una democracia, que el autoritarismo y la vuelta a un régimen fascista como el de que trajo la anexión en 1938 es prácticamente improbable. Quién sabe, tal vez en los años previos a aquel desastre, cuando Austria se lamentaba del imperio perdido y de su otrora papel relevante en la política y la cultura mundial, muchos pensaron también que un régimen como el Nazismo, con todas sus implicaciones, nunca llegaría a este país de lagos cristalinos y cumbres nevadas.

jueves, marzo 31, 2016

Faux Pas

Tal vez este comentario aparecido en Tribuna de La Habana haya sido uno de los que más repercusiones negativas ha provocado, de entre todo lo publicado en la prensa oficial acerca de la visita de Barack Obama a Cuba.

Apelando a un conocido chiste racista de los 80, su autor intentó resumir su oposición, más que nada, al ya histórico discurso del mandatario norteamericano en el Gran Teatro de La Habana. El comentario habría trascendido como uno más, porque apenas expone una argumentación detallada y se limita a la reiteración de conocidos clichés de la retórica habitual de los medios cubanos, si no hubiera sido por la referencia al “chiste” que el periodista utilizó para su titular.

En lo que también intenta ser una disculpa posterior, el autor ha escrito otro texto en el que se excusa ante quienes se sintieron ofendidos. Su redacción tampoco sugiere un sincero arrepentimiento, pues el periodista defiende la utilización de su infeliz referencia como un mero recurso de estilo. No entiende la naturaleza racista del titular ni su contexto y opta por defenderse de acusaciones de racismo, aunque no creo que la principal intención de toda la inquietud creada en las redes sociales sea precisamente esa.

El “chiste” se deriva de una situación ya olvidada. La escena tenía lugar en una de las llamadas Diplotiendas, en las que los cubanos tenían prohibido el acceso. Camufladas tras vidrieras de cristal translúcido y situadas en lugares exclusivos, en dichos establecimientos el personal diplomático y los extranjeros residentes en la isla podían comprar, siempre y cuando presentaran su pasaporte. En 1993, cuando se despenalizó la tenencia de divisas, las Diplotiendas y los Diplomercados pasaron a mejor vida.

En el segmento que dio origen al chiste, en uno de aquellos eventuales programas realizados por el Conjunto Nacional de Espectáculos a finales de los 80, la dependiente de una estas tiendas (si mal no recuerdo, la actriz Zulema Cruz) inspeccionaba un pasaporte y llena de incredulidad le soltaba a su interlocutor: negro, ¿qué tú eres sueco? Este, en una toma doblemente oscurecida, chapurreaba en inglés: “ah, beibi, ailobiu”.

Es notable que el chiste permitía ilustrar un contexto específico de carencias y estereotipos, además de reforzar prejuicios que en tiempos “revolucionarios” el discurso oficial los consideraba ya superados, puesto que siempre los asociaban con la sociedad republicana. Con él, sus creadores también reforzaban una idea del mundo demasiado esencialista –y racista- que ignoraba más de dos décadas de migraciones internacionales de las que Cuba, debido al aislamiento promovido por su gobierno también se había mantenido ausente. Uno podía deducir que, para los realizadores, como para una gran parte de los cubanos, Suecia se mantenía inmutable, según un ideal de la raza dominante que excluía cualquier posible aparición del mestizaje o incluso la presencia de minorías étnicas.

El contexto de las carencias lo evidenciaba la puesta en escena de la diplotienda y sus mercancías inalcanzables para los nacionales y doblemente prohibitivas para los afrodescendientes. La escena establecía también, de modo subrepticio, los límites a los que los negros en Cuba debían aspirar. Alejados del mundo real y acostumbrados a la información proveniente del campo socialista, donde los temas raciales apenas se reflejaban, ellos debían suponer que cualquier reclamo por mayores derechos, cualquier crítica al racismo institucional, sería tomado por las autoridades como un peligroso síntoma subversivo.

Los cubanos vivían cercados por una barrera ideológica que lejos de ayudarlos a promover una sociedad sin diferencias raciales y de clases, había hecho poco por eliminarlas. Y como el programa reflejaba, se tomaba a broma la posibilidad de una nación multiracial y se prefería perpetuar el estereotipo de Suecia (aunque para el imaginario nacional de aquella época bien podría tratarse de Alemania o Dinamarca) como un país exclusivamente blanco. Definiciones limitadas como esa centran actualmente el discurso de los grupos más radicales de la extrema derecha en Europa y hasta en ciertas zonas de Norteamérica.


No es difícil imaginar el shock de los realizadores de aquel segmento cuando años más tarde las mismas pantallas de la Televisión Cubana mostraron los partidos de la Copa Mundial de Fútbol “Estados Unidos 94”, en el que el equipo sueco, a la postre ganador del tercer lugar, incluía en su nómina a jugadores como MartinDahlin y Henrik Larsson. O sea, hace más de 25 años que estos suecos – y muchos otros más-, no precisamente rubios, habían demostrado lo anticuado del estereotipo y por ende, lo ofensivo del chiste. En Tribuna de La Habana parece que aún no se han enterado.

miércoles, marzo 23, 2016

Obama en Cuba: Del 17D al 22M.

(c) Ben Rhodes
Barack Obama, el primer presidente norteamericano en visitar Cuba en casi un siglo, dejó la isla esta semana. Tal parece que la estancia fue fugaz si se compara, como él mismo hizo, con el atraso que ambos países acumulan, más de cincuenta años, esos que pesan tanto en un ambiente como el que ha marcado las relaciones (o ausencia de) entre los dos países. Son demasiados, acrecentados por el peso de la ideología y la testarudez de ambos bandos, que vieron en la posibilidad de mantener las diferencias una razón para presentarse ante el mundo como vencedores de una guerra inútil.

La gerontocracia cubana posiblemente se crea que vencieron, que abrir la isla al llamado “líder del mundo libre” fue la consecuencia final de una estrategia basada en el empecinamiento y la inmovilidad. Para ellos, y para un cierto sector de la izquierda anquilosada, el hecho de que los visitara un demócrata y el primer afrodescendiente en ocupar la Casa Blanca era irrelevante, pues quien arribó a La Habana en la tarde lluviosa de un domingo fue el representante del “Imperialismo Yanqui”, ese maleable apelativo del que los niños cubanos aprendemos a desconfiar bien temprano, sin comprender muy bien qué significa. Tal vez por eso, el general-presidente no se dignó a recibirlo cuando el avasallador Air Force 1 tocó tierra cubana.

Quienes sí le dieron una bienvenida más calurosa fueron los vecinos de La Habana Vieja, primer punto del recorrido oficial, y los de Centro Habana, donde llegó para cenar en una de las paladares exitosas de la que llaman la capital de todos los cubanos. La Televisión Nacional se limitó a las escenas del aeropuerto, prefirió esconder el entusiasmo de sus televidentes, gran parte de los cuales, por suerte, ya no necesita las cámaras del ICRT para mostrar y compartir imágenes de la vida insular.

Lo que sí mostraron las pantallas de la isla fue el recibimiento oficial y las declaraciones posteriores. El visitante, diplomático y comedido, discursó –con modales y maneras de negociador- sobre diferencias que no comprometan lo que se ha logrado hasta ahora. Luego contestó preguntas. El general, tras la lectura de su intervención en la que no faltaron las referencias habituales del discurso político de la isla, intentó agradar a la audiencia aceptando un brevísimo cuestionario. Sin embargo, bastó que aflorara el tema de los prisioneros políticos para que se tornara tenso, incoherente, fuera de lugar. Es de suponer que en muchos hogares cubanos las conversaciones de quienes observaban la transmisión del evento giraran en torno al pobre desempeño del líder, ese mismo que rige el destino de millones de compatriotas.

Raúl Castro ha dicho, como le recordó también Barack Obama, que abandonará el poder en el 2018. Tal vez, como sucedió con su hermano mayor, la Televisión Cubana dejará progresivamente de mostrarlo en vivo, a fin de ocultar el declive de sus facultades a la vista de todo el país. A Obama le queda menos tiempo en el sillón presidencial, pero si desde la difusión en las redes sociales de su entrevista con el actor Luis Silva (Pánfilo) pareció ganarse la afinidad de muchos, el discurso del 22 de marzo le prodigó simpatías adicionales.  Y más de un espectador puede que hubiera preferido la presencia del mandatario estadounidense en la isla unos años antes.

En un mensaje esperanzador, salpicado de frases en español y de referentes culturales, Obama sentenció que el futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano. Antes había remarcado que el Estado del Derecho en la isla no puede incluir detenciones arbitrarias para aquellos que critican al gobierno. Desde afuera, un simple razonamiento pone en evidencia que hace falta la segunda condición para que se cumpla la primera, de lo contrario el porvenir que le espera a los cubanos será de más privaciones y reprimendas.

Desde la isla, varios han comentado en las redes sociales que después de las palabras del Presidente Obama, la Televisión Cubana dio paso a un panel (seguramente de habituales de la Mesa Redonda) quienes procedieron a objetarle al norteamericano la audacia de sus planteamientos. Los círculos de poder insular todavía funcionan como en los años de mayor beligerancia contra los EE.UU. Ya no basta controlar lo que los cubanos ven, es necesario también convencerlos de que lo que han visto y escuchado no es precisamente eso.

Tras su mensaje de esperanza, el Presidente Obama y el general se dejaron ver en el Estadio Latinoamericano para presenciar el juego de baseball entre el equipo Cuba y los del Tampa Bay Rays. Ganaron los visitantes. Horas después, el general despedía al norteamericano desde la terminal aérea en la que no lo recibió. En Facebook una amiga danesa que visitó la isla por primera vez en el ya lejano 2002 me dejaba saber su anhelo de que la visita de Obama terminara siendo buena para los cubanos. Yo también, le escribí, pensando en los millones de la isla que añoran desde hace mucho lo que merecen: una vida mejor, con menos ideología y más derechos.


martes, enero 12, 2016

La noche en que intentamos detener el absurdo

Ocurrió en las postrimerías del 2015, recién llegados a Lisboa en el habitual viaje por Navidad y Año Nuevo. Casi al final de ese primer día en el que hay tanto por recorrer para tratar de descubrir sitios desconocidos en la ciudad que en los últimos años siempre nos sorprende, nos topamos con un evento sobre el que habíamos leído en la prensa y en las redes sociales, casi siempre cuando es noticia porque termina ocasionando algún accidente o una muerte estúpida, pero que nunca habíamos presenciado así, tan a la vista de todos.
(c)Diário de Notícias

En Portugal le llaman praxe o, como dirían sus más entusiastas defensores “praxe académica”. Con ese enunciado puede leerse una entrada en la Wikipedia, escrita en portugués, en la que se advierte el esfuerzo de los autores por adornar la descripción de un hecho bien polémico. Puede decirse que es una práctica que divide. Para los defensores es solo una broma organizada, un juego en el que las estructuras de poder se definen en la naturaleza lúdica de la praxe en sí. Para otros, se trata simplemente de un acto más de bullying, extendido al ámbito académico, para acompañar lo que debería ser la principal aspiración de un escolar cualquiera: el acceso a la Educación Superior.

La praxe consiste en un extenso ritual iniciático por el que pasan los caloiros o estudiantes de primer año en las universidades portuguesas. A simple vista parece un acto banal, intrascendente, para quien lo observa desde afuera o llega por primera vez al país y se sorprende ante lo que en otros lados sería pura humillación pública. 

En el Portugal de antaño y en el de la dictadura fascista que duró más de cuarenta años y de la que aún quedan vestigios, si bien escasos y aislados, la educación era un lujo y el acceso a la universidad, un privilegio reservado a una elite. Nada más contradictorio si se recuerda que el propio Salazar fue profesor universitario. Sin embargo, lejos de proponer el acceso mayoritario al conocimiento, el dictador se ocupó de mantener analfabeta a una gran mayoría de la población y de que no sintieran vergüenza por ello, sino orgullo. En pleno siglo XXI la situación es bien diferente, aunque la educación superior portuguesa mantiene un halo de tradicionalismo, por influencia de la imperante religión católica y los años de clientelismo, ese funesto hábito que la democracia hasta ahora no ha podido eliminar del todo. 
Traje Académico de la Universidad de Coimbra

Hace diez años, durante mi primera visita a Portugal, paseando por las calles de Oporto, me asombró encontrar a varios jóvenes caminando en grupo, vestidos de negro, con amplias capas también oscuras. Tratando de impresionar a mi guía Helena, hoy mi mujer, le pregunté si había en la ciudad alguna convención de fanáticos de Darth Vader. Ella me contó que se trataba de universitarios que llevaban el uniforme o traje académico y acto seguido me aclaró que ni ella ni sus amigas más allegadas habían sucumbido a tal tradición cuando ingresaron a la universidad.

No hay dudas de que detrás de la oscura vestimenta hay una evidente intención de mostrar estatus, de pavonearse ante el resto de la sociedad, por haber alcanzado el otrora elitista objetivo de cursar estudios superiores. Solo que en la actualidad tal propósito resulta, al menos en teoría, bastante alcanzable para quienes viven en un país con un buen sistema de educación pública que, si se aprovecha bien, garantiza el ingreso a la universidad. Y aunque el costo de la matrícula va en aumento, también hay que considerar que los portugueses pagan hasta seis veces menos que sus colegas ingleses y una cantidad mucho menor que los estudiantes norteamericanos.

De manera que la entrada a la universidad no es tan imposible. Eso sí, hacerlo vistiendo el traje puede suponer una inversión extra de más de cien euros, en dependencia de la institución a la que se asista. Es una situación que a los cubanos puede resultarnos curiosa, sobre todo porque antes de la universidad siempre llevamos uniforme, a veces teniendo que seguir reglas bastante estrictas en cuanto a su uso, por lo que la llegada a la enseñanza superior significa entonces la libertad de poder escoger uno mismo la ropa para vestirse.

Por eso imagino que muchos compatriotas, salvando las distancias, hallarían un tanto ridícula esa pretensión de aparentar estatus mediante un conjunto a todas luces pasado de moda. Quizás deba hacer la aclaración que me refiero a una generación específica de cubanos, esos que consideraban llegar a la universidad y graduarse como uno de los objetivos principales de sus vidas. Ellos, seguramente, verían a los jóvenes portugueses de traje académico y les preguntarían poco impresionados: estudias en la universidad, ¿y qué?

Sería tan irrelevante como llamar licenciado(a) a quienes completaron el ciclo de estudios de pre-grado, cuya creciente cifra mayoritaria ha despojado de novedad a tal título, a diferencia de otros años cuando sí representaba traspasar cierto umbral. En Portugal, lo de los títulos y la falsa formalidad asociada también bordean en la ridiculez, cuando los que terminan la universidad gustan de hacerse llamar doctor, doctora, aunque no hayan estudiado Medicina o ejerzan como médicos o tengan un grado científico tras terminar un doctorado.

Sin embargo, el traje, el pavoneo propio de mostrar el ingreso a la universidad, quedaría en una referencia pintoresca sino fuera porque a veces el disfraz no basta. En el 2010 viajamos de vacaciones a Portugal a inicios de septiembre y, por circunstancias de la vida, terminamos pasando varios días en Coimbra, la ciudad universitaria por excelencia del país. Allí era muy común ver a uniformados con capas negras y uno hasta llegaba a sentir pena por las muchachas, negociando su andar en las calles empedradas con aquellos zapatos de tacón cuadrado que solo de verlos presagiaban incomodidad. Pero lo que realmente me sorprendió fueron los grupos que aparecían por cualquier esquina proclamando a toda voz su filiación. En una zona más bien alejada del centro y del campus principal nos topamos con uno que de cuando en cuando voceaba “Aquí va Sociología”. O sea, que además del traje, los estudiantes deseaban dejar bien claro a qué facultad pertenecían, aunque aquella mañana ni nosotros ni el resto de los transeúntes ocupados le hiciéramos mucho caso.

En la praxe es usual ver a los abusadores vestidos de traje académico. Tal vez no haya mejor representación del mal que esos extraños juegos en los que un ser encapotado ordena a otros que realicen cualquier estupidez que se le antoje.

“Esto es un juego”, nos dijo con tono despectivo uno de los trajeados del séquito de acosadores que acompañaban a dos jóvenes estudiantes empeñadas en que un grupo de iniciados completaran una secuencia de flexiones en una de las entradas de la bulliciosa estación de Cais do Sodré en Lisboa. Antes habíamos intentado, mi esposa y yo, detener tal avasallamiento. Sin embargo solo alcanzamos a causar algo de desconcierto entre los llamados caloiros que nos miraban como a turistas incapaces de comprender una parte de la realidad local.

Hasta sonreían, los pobres, cuando le aclarábamos que no tenían que someterse a tales pruebas. Mi esposa fue hasta las líderes que indicaban los castigos y les preguntó de qué facultad procedían, pero ambas se dieron la vuelta sin responder, aunque una de ellas quedó pasmada cuando Helena le hizo saber lo extraño de una praxe en diciembre, puesto que son más comunes a inicios del curso. Cerca del sitio del “performance” un agente de la policía nacional observaba, pero fingió no darse por enterado.

Como mencioné al principio, el tema de la praxe causa numerosas polémicas en Portugal y estas se avivan cuando ocurre un hecho lamentable, como el de la playa de Meco en diciembre de 2013. A los que la defienden como tradición les bastaría una lectura de Eric Hobsbawm para comprender que todas las tradiciones fueron inventadas, por lo que no hay nada de autenticidad en ellas. Si el propósito es conservar prácticas culturales que puedan atribuírseles a un determinado pueblo o nación, cuenta Portugal ya con varias de estas, menos abusivas, en las que los participantes tienden a celebrar la vida en común en lugar de someter a castigos corporales a sus semejantes.

Es posible también que quienes abogan por la no prohibición de la praxe aleguen que las “bromas” ocurren sin dejar secuelas en los caloiros, salvo en los familiares de los que fallecen, claro está. Los que tratamos de “salvar” de la humillación pública en Cais do Sodré no parecían traumatizados sino más bien aburridos, ¿no tendrían algo más interesante qué hacer en Lisboa, ahora que la capital lusa abre nuevos espacios, como el cercano Mercado da Ribeira, para regodearse en una vida social activa?

En medio de nuestra fugaz intervención pude observar a las castigadoras. Noté su estudiada severidad, sus rituales del abuso, parte de una actuación tan creíble como sólo lo son ciertos comportamientos humanos. Ellas, junto a los demás abusadores del séquito, seguramente se graduarán y ocuparán puestos de trabajo en el país o emigrarán, si la economía nacional no mejora. Sin embargo, imagino que el carácter que exhibieron aquella noche, esa facilidad para suprimir la empatía, esa tranquilidad para mortificar a semejantes, quedará en su repertorio de habilidades. Les tocará a sus jefes y colegas celebrar o censurar tales comportamientos, pues en definitiva  estos no son propios únicamente de estudiantes con un mínimo de poder sobre otros, sino que pertenecen a todos los que sí ocupan posiciones de autoridad en las que la degradación a subordinados está a la orden del día.

De modo que, ante una situación en la que puedan –como en la pasada noche de diciembre- exhibir sus dotes de tiranos, de represores, lo harán gustosos, satisfechos. Solo espero que siempre encuentren a quienes se les enfrenten y los desarmen de tanta propensión al abuso. Para entonces, tal vez, nadie llegará a justificar la praxe como una inocente e inofensiva travesura entre estudiantes.