martes, mayo 09, 2023

Enciclopedia personal del "bullying"

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Preescolar

Es la mañana inaugural de un mes de septiembre y te ves con short rojo oscuro y camisa blanca, el uniforme modificado por tu madre hace una semana para remediar una talla mucho mayor de la que tu cuerpo demanda. Calzas unas botas lustradas, colegiales, y aunque has olvidado cómo llegaron a tu casa, sabes ya que no te durarán mucho, como ha sentenciado tu padre luego de probártelas. Ha sido un amanecer de ritual, tu primer curso escolar. 

Hay una excitación palpable, empiezas la escuela y es un comienzo añorado, porque casi todos a tu alrededor te han convencido de que te gusta estudiar. Aún desconoces lo que eso significa; no obstante, lo intuyes como lo próximo en esta nueva etapa de la vida. Reconocerás pronto tu preferencia por la instrucción, así, a secas, no el estudio. Tal decisión no te la formularás en la escuela primaria, tendrás que asumirla por tu cuenta, con la ayuda de varios consejos útiles que te dará un profesor sensato del futuro. 

Pero es 1977 y entras de la mano de tu madre a la escuela tras una corta travesía, les ha bastado caminar media cuadra para llegar. Estás en un grupo de niños de aspecto similar. Son el centro de las miradas de quienes continúan en grados superiores, un detalle que presagia una tradición previsible cada noveno mes, pues al final, ustedes son los principiantes. 

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sábado, febrero 04, 2023

"Y siempre música"

Hoy me desperté con una canción en la mente. Me pasa a menudo; claro, como a casi todo el mundo. Ya sé que en esta diversa extensión de tierra y agua que llamamos planeta también los hay que pueden vivir sin música y, cuando tienen poder, obligan a los demás a hacerlo so pena de increíbles castigos corporales, cárcel y demás. Pero este recuerdo es puramente personal. 

Admito que tiene que ver con una época específica, la del año en que salió un disco de un hasta entonces desconocido grupo de rock español. Muy lejos de España, en medio del Caribe, uno casi ni se enteraba de la cantidad de acontecimientos por suceder en 1989, así que para qué referirnos al mayor número de canciones que se estrenarían también ese año.

En nuestro caso, si me permiten hablar por mi generación, marcaría el inicio del choque violento con la realidad. Uno aprendería, muy dolorosamente, a comprobar las promesas vanas del discurso oficial y a distanciarse de la imagen más utópica que teníamos del país, todo con la velocidad con que pasarían aquellos doce meses. 

Y sí, había persecuciones, arrestos violentos, presos políticos, amenazas latentes de condenas al ostracismo, pero tal vez como la mayoría de los compatriotas optaba por hacerse de la vista gorda, nadie se enteraba. Todo aquello, como en una canción de Rubén Blades, ocurría en otras naciones centro y sudamericanas. Uno, al final, tenía sus expectativas, las lógicas de la edad. Volver a los 17, cantaría Violeta Parra.

Entonces, en algún lugar del centro de Cuba, en algún radio con señal de FM sonaba aquella canción y uno se quedaba ensimismado. Parecía la banda sonora perfecta para quienes en aquel tiempo empezábamos a decirle adiós a la adolescencia. No lo pensaba, pero suponía que tendría que agradecerle a alguien su osadía al no haber ignorado aquella cinta magnetofónica con un tema y el nombre del grupo que poco o nada le decía.

Años después, cuando trabajé en esa misma radio FM, comprobé -si la memoria no me falla- que al final la dichosa cinta no había llegado por “envío”, la selección que alguien en alguna oficina del edificio de 23 y M del Instituto Cubano de Radio y Televisión, escogía para enviar a provincias; sino que “le había dado entrada” algún antiguo “Jefe de Música”, licencias que se permitían algunos “del interior”. 

Y honestamente le estaré siempre en deuda. Es lo que muchos todavía no entienden, el hecho de que en el contexto cubano, todas esas relaciones/negociaciones/orígenes importan demasiado. Casi nada era absolutamente casual, aunque, por supuesto, uno puede sólo teorizar sobre esto a la vuelta de los años si se mira a la isla desde la distancia. 

Casi un lustro después del lanzamiento del disco, me lo topé en formato CD. Me lo cedió un amigo, que tenía varias amistades allende los mares. Supongo que lo había recibido como regalo, aunque quiero también aventurarme a asegurar que él mismo lo había pedido expresamente, tal vez tras haber escuchado aquellas canciones en cualquier tarde angustiosa en los “montes verdes” donde transcurría su banal existencia. 

Al grupo lo incluimos en un programa nocturno en el que hablamos de las bandas y solistas españoles de finales de los 80, con la poca información que teníamos, que nos llegaba, o lo que es lo mismo, que dejaban pasar. Otro amigo y yo, él bastante mejor informado gracias a colegas y turistas, creíamos que de aquella formación pop-rock ya no quedaba nada, ni nombre ni integrantes ni grabaciones. 

Fue después, en la diáspora, en los inicios de YouTube que me di a buscar aquel tema memorable. Para mi sorpresa, la canción tan influyente décadas atrás se ha convertido con el paso de los años en todo un clásico musical de la época. 

El grupo: La Frontera y su cantante Javier Andreu siguen activos. Aquí dejo el video oficial, por si alguien no los conoce y para quienes los recuerdan. La canción se llama El límite y,  como dije al inicio, hoy me desperté con ella en la mente. 



 

viernes, diciembre 16, 2022

Historias muy personales a propósito de Pablo Milanés


El gran cantautor cubano Pablo Milanés falleció a finales de noviembre en España.Tras leer la crónica de un amigo escritor, me animé a escribir la mía que publicó Hypermedia Magazine:

Estar habituado a algunas redes sociales supongo que ayuda cuando uno, que no ha superado la experiencia de trabajar en una sala de redacción, quiere mantenerse enterado, que no informado, sobre ciertos acontecimientos. 

Sin embargo, en mi caso, las redes han tenido a veces un impacto adverso cuando han sido el único medio por el que primero me he enterado de la muerte de alguna celebridad querida o emocionalmente cercana. Creo que con cada una el luto se lleva de distinta manera. 

Con los cantantes y músicos, me pasa que la primera reacción es ir a YouTube y buscar aquellos temas que me impactaron. Con los escritores, tiendo a buscar o imaginar dónde podría estar aquel libro suyo que leí una vez y que me obligó a procurar sus obras anteriores o a estar pendiente de las próximas. 

La noticia de la muerte de Pablo Milanés me ha zumbado a ese pedazo personal de la memoria en una de las habitaciones del caserón de una pequeña ciudad en el centro de una isla. Una casa, un pueblo, un país que, al menos como yo los conocí, ya no existen. 

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sábado, septiembre 11, 2021

9/11 Im Laufe der Zeit*

https://www.tagesspiegel.de/politik/verschwoerungstheorien-9-11-alles-luege/4569196.html

Supongo que desde siempre me hayan alertado sobre el paso del tiempo, sobre cómo a veces lo podría percibir aceleradamente o de manera lenta e imperceptible. Todavía tengo la impresión de que puedo reconocerme en instantes muy específicos de mi pasado, pero es una sensación muy volátil, pues me ocurre que me olvido de muchas cosas en estos tiempos o a esta edad. 

Hace veinte años del 11 de septiembre, tal vez el primer anuncio de que la visión personal que tenía del mundo se iba a hacer añicos, como las torres gemelas del World Trade Center. Por muchas circunstancias, recuerdo exactamente dónde estaba cuando todo ocurría, aunque la dimensión exacta del hecho no la empezaría a apreciar hasta muchas horas después.

Ese día llego a mi oficina del Periódico Vanguardia de Santa Clara, uno de los pocos puntos de la ciudad –y puede que del país– con acceso a Internet. He hecho una “actualización” del sitio web, revisado los emails y en minutos me llamarán para una reunión con un “experto” venido de La Habana. Es un año de muchos viajes y encuentros, me gusta decir que ando atareado en el diseño de una estrategia para la prensa digital en Cuba, (ya sé, la oficialista, la única que puede plantearse semejante proyecto), pero dicho así sería darle un orden, coherencia e importancia a aquellas sesiones que nunca los tuvieron.

La reunión con el experto habanero apenas puede comenzar tras el recibimiento y las palabras iniciales, ni siquiera llegamos a sentarnos en la oficina del director, ese lugar tan tedioso e impersonal que luego denominaré como la cámara de torturas; sin embargo, es septiembre de 2001 y aún me quedan unos gramos de optimismo. En mi mente todavía ronda el pensamiento de que pronto se cumplirán 14 meses de la muerte de mi madre, no tengo espacio para mucho más.

Justo antes de entrar, el experto ha recibido una llamada de la capital, de alguien probablemente encargado de un medio digital mil veces mejor equipado que el nuestro, en la que le han dicho que un avión ha impactado contra un edificio en Nueva York.

Volvemos entonces a mi oficina sin ventanas o con ellas, pero cubiertas por grandes cartulinas que alguien puso para justificar el uso de un aire acondicionado. Es una chapucería de las típicas de mi país, pero al menos el tapiado temporal ha servido para sostener el cartel de Sin Aliento, que mi amiga Adriana trajo de Londres y que nunca usó para decorar la casa que alquiló en La Habana. De modo que Belmondo, quien nos dejó hace unos días, y Jean Seberg han sido mis acompañantes durante los meses pasados y al menos lo seguirán siendo hasta inicios del 2004.

Me conecto. Es una actividad hoy casi olvidada, los ruidos característicos de la conexión vía módem. No creo que haya tenido una concurrencia tan nutrida como la de esa mañana y eso que el resto de los colegas del semanario no tienen la más mínima idea de que ha ocurrido algo tan tremendo. Voy a la página de la CNN, entonces una de los más populares a la hora de buscar información rápida. Colapsada. Nunca antes me ha ocurrido algo similar, es también la primera vez que podemos apreciarlo en tiempo real. Por un instante, como en el día de la visita de Juan Pablo II a Santa Clara en 1998, me siento una persona que vive “dentro” del mundo.

Cambio rápidamente a El País y aparece entonces una nota que intenta resumir lo poco que se sabe hasta ese momento. Se trata de una historia que se va a alargar durante ese día y los siguientes y que seguirá contándose, desentrañándose y hasta falseándose durante los próximos veinte años.

A pesar del shock inicial, de cierto sentimiento de tranquilidad al pretender saber qué ha ocurrido, las “actividades programadas” se retomaron. Nos reunimos y hasta tengo el recuerdo de que resultó una conversación algo productiva. Tal vez me engañaba pensando que era parte del aprendizaje, de las responsabilidades de un puesto nuevo. Al terminar y despedir al experto, algunos colegas comentaban la emisión del mediodía del noticiero televisivo. La historia ahora incluía dos aviones para aumentar nuestra curiosidad e ignorancia.

CNN seguía imposible, así que buscaba informaciones en otros medios. Surgían datos nuevos sobre el ataque, especulaciones. Por la tarde, noche en Europa, los amigos que vivían en esa parte del mundo se asomaban al Messenger de Hotmail para compartir lo que habían visto en los telediarios de sus países. Si alguna vez me había cuidado de que la ventanita del socorrido software no se mostrar en pantalla para no azuzar la inclinación perversa de algún visitante inesperado, ese día me tenía sin cuidado. Los acontecimientos, hubiera dicho como justificación y le habría echado toda la culpa posible a la noticia. “Aquí acusan a un tal Bin Laden” me aclaraba una amiga desde Lausana. Tendré que hacer algunas búsquedas, pensaba yo, seguro de que no me sonaba el nombre de tan macabro personaje.

Me gustaría decir que llegó la hora de salir, que revisé el sitio tras la última actualización, apagué la computadora y dejé el periódico en bicicleta calle Maceo abajo rumbo a Villa Josefa, pero sólo estaría relatando la secuencia de eventos de un jornada normal de trabajo. ¿Cómo se mide la normalidad?- pienso ahora que ha pasado tanto tiempo.

Cuando llegué a casa de mi cuñada, mi sobrino –que ya me supera en altura y en el largo del cabello- jugaba tranquilamente en su cuna. A esa hora, el suceso dominaba todas las conversaciones y las imágenes iban saliendo, enfocadas en el impacto del choque del segundo avión contra la estructura de una de las torres; eran parte del arsenal fílmico que se iba integrando a la memoria en un esfuerzo intelectual para comprender la intensidad del hecho, su significación, su relevancia, como si tal cosa fuera posible aquella hora.

-Las dos torres ya se desplomaron- me dijo alguien.

Ahora me parece que escucho nuevamente esa frase con sorpresa, pero sin aprensión. Vuelvo la vista y han pasado dos décadas. 

* Al cabo del tiempo

jueves, julio 15, 2021

Cuba en las calles, 11.07.2021


Los cubanos salieron a las calles a protestar contra la asfixia colectiva, a mostrar espontáneamente los deseos de un mejor país. Se vive en la isla una situación más que difícil agravada por el COVID y las desastrosas políticas económicas que el gobierno ha implementado desde el 2020. 

Las protestas fueron el resumen de un año en el que la represión y la torpeza gubernamental han minado la confianza del pueblo en quienes los dirigen. A propósito me incluyeron en una selección de opiniones para Deutsche Welle, leer aquí. 

Muchas imágenes han circulado sobre las protestas del pasado domingo 11 de julio. En lo personal me impactó particularmente una y me motivó a escribir esta crónica para Hypermedia Magazine. Leer aquí.



jueves, julio 08, 2021

Memorias de la pandemia (8)

Palacio de Schönbrunn

Tal vez a principios de 2021, la diferencia más notable respecto al año que dejábamos atrás fue que aumentó la disponibilidad de tests del COVID en Austria. El gobierno apostó por la estrategia de chequear al mayor número posible de sus ciudadanos, como medida para controlar el contagio. Según fueron levantando las restricciones, la evidencia de un resultado negativo se hizo imprescindible para acceder a algunos de los servicios que reabrían para así darle al país un cierto aire de normalidad.

Con rapidez se habilitaron los llamados Centros de Análisis (Teststraße) a los que se podía llegar en auto o a pie para hacerse la prueba del virus. A uno de ellos, en la antigua Orangerie del Palacio de Schönbrunn, acudí un par de veces por su cercanía a mi casa; pero también por el incentivo adicional que implicaba el entrar en una de las antiguas salas de la empleomanía del Imperio Austrohúngaro.

Los Centros sorprendían por su organización, la rapidez con que tomaban la muestra de tu nariz y la disciplina de todos los que estaban, como uno, esperando un desenlace optimista para continuar con sus vidas.  Tal vez, como ya llevábamos varios meses de limitaciones y medidas de contención, quienes aguardábamos en uno de los grandes espacios de la antigua Orangerie lo hacíamos con resignación y parsimonia.

Una de las visitas a la Teststraße la hice con mi esposa. Ambos necesitábamos la prueba para un acto más bien mundano, el de llevar a nuestra hija a la única peluquera en Viena con la que consiente en cortarse el cabello. Llegamos, nos separamos en la mesa donde comprobaban nuestros datos y luego seguí hasta la otra donde uno de los sanitarios me haría el ya familiar test.

Luego pasé a otra sala de espera y me senté cerca de la puerta para saber cuando mi mujer apareciera. Sin embargo, ella demoró más de lo habitual. Sucedió que el paramédico, luego de tomar la muestra, no atinó a ponerla en el tubo de ensayo y tuvo que pedirle disculpas a Helena y enviarla otra vez a que otro de sus colegas repitiera el test. Y ella, disciplinada al fin, volvió a la mesa inicial y al final de la cola que formaban quienes habían llegado después de nosotros.

Nada de esto sabía yo, que ya andaba preocupado, pensando en cómo reaccionarían los ordenados trabajadores de la salud de la Orangerie ante un caso positivo. Me venían a la mente los escenarios más exagerados, como si estuviera en una película norteamericana de serie B. Se me aparecerían dos o tres miembros del personal enfundados en los trajes protectores y me informaban que el test de mi esposa había dado positivo y que debía de acompañarlos.

Me imaginaba la incertidumbre de los demás que esperaban en la sala, tal vez la cara de pánico en alguna viejita de esas vienesas tan estereotipadas y la de perplejidad de cualquier otro espectador quien estaría cuestionándose si la distancia que habíamos mantenido antes de llegar a la sala de espera había sido la correcta.  

Por fin apareció Helena, casi a tiempo de saber el resultado de mi test y de que me tocara abandonar el salón. Pensé en cómo sería la actividad en esa zona del antiguo Palacio Imperial en un día cualquiera del verano de finales del siglo XIX. Mientras los emperadores y los miembros de la corte pasearían en los amplios jardines o debatirían sobre las posiciones lejanas del dominio austrohúngaro, los empleados andarían en su ajetreo habitual. ¿Cómo habrían sobrevivido a una pandemia?

Helena salió y me relató toda su aventura previa. Por suerte ambos habíamos recibido nuestros resultados negativos y al día siguiente podíamos hacer la prometida visita al Salón de la diestra Denise en el Distrito 18.

Según pasaron las semanas la estrategia del gobierno austríaco continuó centrada en la disponibilidad de pruebas del virus. El uso de mascarillas continuaba siendo obligatorio y -aunque sea una realidad que aterre a los antivacunas y propagadores de las teorías conspirativas sobre el COVID-19- uno ya se había acostumbrado a su uso. Los tests ahora estaban disponibles en las farmacias, por lo que no había que trasladarse a los antiguos dominios de la corte imperial o se podían comprar en algunos supermercados, realizarlos en casa a través de un sitio web, depositarlos en buzones habilitados para ello y esperar 24 horas por el resultado.

Mi mujer prefirió este método. Cada vez que le era necesario trasladarse hacia la oficina en el centro de Viena, se ocupaba el día antes del ritual del Gurgeltest. A mí me gustaba más la alternativa de la farmacia. Iba a la más cercana a la casa, esperaba por que saliera el paramédico y en 10-15 minutos recibía el certificado impreso de los resultados de la prueba.

Desde el 1ro de Julio el Gobierno Federal ha levantado algunas restricciones en el país, aunque el ayuntamiento de Viena ha sido más cauteloso. Todavía quedan algunas, como por ejemplo la necesidad de mostrar los resultados negativos de un test como condición previa para a entrar a restaurantes, atracciones y museos.

He ido unas cuantas veces a la Farmacia de la Spinnerin am Kreuz en la Wienerberg Strasse, en la que siempre me recibe un sanitario amable, pero con la expresión de alguien que luce agotado, ya sea por lo repetitivo de su labor o porque -como todos- no ve la hora de que la vida retorne a la verdadera normalidad, si es que tal objetivo será posible en 2021. Hablamos poco, lo normal en estos casos cuando no eres el único cliente y detrás de ti esperan otros también impacientes y preocupados, pero tengo la impresión de que ya nos conocemos.

No creo que él me recuerde porque como la farmacia queda en el camino de casi todas mis rutas cotidianas, todos los días compruebo que hay muchos interesados; aún así le agradezco que siempre me entregue la página impresa con mucho optimismo, como si el resultado fuera un auténtico alivio para la ansiedad y no un requerimiento para proseguir con cualquier actividad de las más terrenales del día a día.

Es cierto que algunas veces sí llegué con incertidumbre.  Ha sido un año en que la omnipresencia del virus nos ha hecho dudar de lo que en otras épocas eran resfriados de temporada. Pero al final, supongo, el paramédico se limita a realizar el test y a protegerse lo mejor posible en caso de que alguno de quienes lo visitan se confirme como portador del virus, por lo que no le hace demasiado caso a la cara que traigas. 

Si en los inicios se impuso la protección, el afán por cumplir con las medidas para evitar el contagio, un año después prima la necesidad de mantenerse saludable, lo que en estos tiempos se traduce como "libre de COVID-19". Por suerte el programa de vacunación avanza y en una semana me toca la segunda dosis. Uno trata de mantenerse al tanto de las nuevas variantes del virus, atento a las cifras de contagio, aunque también quiera convencerse de que el cierre de este capítulo infernal llamado pandemia está cada vez más cerca.

martes, diciembre 22, 2020

Memorias de la pandemia (7)


Pasó el verano. Mientras unos hacían planes para viajes internacionales en medio de la pandemia, nosotros otra vez más, disciplinadamente nos preparábamos para pasar la temporada en casa. Como en otros años hubiéramos preferido la playa de Muchavista en el litoral de la Comunidad Valenciana, pero de España continuaban llegando malas noticias sobre el control del virus y además, aventurarse fuera de las fronteras austríacas suponía demasiado agobio. 

Tras el confinamiento de primavera, agosto parecía sugerir que ya habíamos superado todo: el virus, su trasmisión, su peligrosidad. Una de las madres del Kindergarten de mi hija preguntaba por lugares para visitar en Austria, para luego quejarse de la tradición veraniega nacional de hospedarse cerca de un lago, cuando ella prefería el litoral turco del Mediterráneo, que en su opinión nunca podría compararse a la oferta local.

Para nosotros las opciones se centraron en la piscina del Währinger Park. Llevábamos desde el año anterior preparando una mudanza para un apartamento nuevo en un nuevo proyecto arquitectónico de la ciudad de Viena, en otro distrito diferente; pero la emergencia sanitaria del COVID-19 había atrasado las obras, la terminación del edificio y la entrega de las llaves. Nuestro contrato de arrendamiento terminaba en agosto; sin embargo, nuestra casera nos permitió quedarnos hasta que nos concedieran la otra vivienda.

Las visitas a la piscina del parque también sugerían que la vida ocurría en otra burbuja. Parecía no haber peligro. Si bien este verano habían limitado la entrada de bañistas, una vez dentro todos lucían más relajados. No había razón para juzgarlos, la mayoría eran padres como yo, que habíamos pasado el primer confinamiento con dificultad al tener los pequeños en casa sin muchas opciones, toda vez que las áreas de juegos estuvieron cerradas. De modo que supongo que todos agradecíamos cómo se divertían los niños en el agua.

Mi hija, que el año anterior había preferido caminar por el borde de la piscina intentando arrancar las piedrecitas de las lozas, parecía haber descubierto las bondades de la alberca. El agua continuaba fría, como en todos los veranos vieneses, pero ella había superado la curiosidad y sus propios temores y viéndola sorprenderse de la aparente inmensidad de la piscina del barrio, uno hasta se sentía complacido.

Se hablaba poco del virus o se atenuaba un poco su mortalidad, digo yo. Los restaurantes habían abierto, las máscaras seguían de uso obligatorio en el transporte público y de cuando en cuando alguien predecía que la temporada otoñal sería difícil.  

Antes del receso veraniego los padres del Kindergarten habíamos vivido varios días angustiosos ante la espera de resultados de la prueba del virus en otras familias. Todos dieron negativo, pero luego de la vuelta a las actividades se repitieron escenas similares: llegaba un email de los administradores de la guardería con noticias sobre una familia que, debido a los síntomas, había decidido hacerse la prueba del COVID. Y luego a esperar 24, 48 horas hasta que estuviera un resultado.

No sé cómo calibrar la respuestas de los niños ante la situación derivada de la pandemia, sobre todo en los más pequeños. La mía no parece entender mucho la razón del por qué ha habido cambios. Siempre nos habían dicho que antes de los tres años convenía mantener un ambiente estable, pocas variaciones en el día a día, así que uno procuraba seguir la receta de la rutina inamovible. Es que se avecinaban mudanzas grandes: cambio de casa, cambio de guardería, despedida de los ya muy queridos primeros amigos.

Me gusta creer que ella se ha adaptado a todo, porque alguna vez leí sobre la capacidad de adaptación de los más pequeños en estudios que aludían a situaciones muy estresantes, como guerras y desplazamientos forzados. De todas formas, le agradezco enormemente su adaptabilidad. Sus padres, luego de haber resistido también jornadas de mucho estrés, lograron negociar un último día en el Kindergarten que iba a coincidir con el de la mudanza. Idealmente lograríamos trasladar todas las cosas antes de que terminara su jornada en la guardería, pero cuando uno va a cambiarse de casa es cuando descubre que ha acumulado tantas objetos que apenas tras colocar los primeros tarecos en el camión de la mudada, se convence de que no va a terminar en un día. Algún ser más organizado habrá por ahí, seguro, alguien que tal vez lea esto.

Cuando mi pequeña y su madre llegaron a casa, todavía estábamos por terminar de poner todas las cajas en el nuevo apartamento. Ella notó la gente extraña, pero no reaccionó con el temor acostumbrado. Ya le habíamos dicho que tendría una casa nueva y por suerte habíamos podido poner todas sus pertenencias en su nuevo cuarto, así que se quedó tranquila, jugando, inspeccionando el espacio.

Una semana después de la mudanza decretaron en Austria el Segundo Confinamiento.