martes, diciembre 22, 2020

Memorias de la pandemia (7)


Pasó el verano. Mientras unos hacían planes para viajes internacionales en medio de la pandemia, nosotros otra vez más, disciplinadamente nos preparábamos para pasar la temporada en casa. Como en otros años hubiéramos preferido la playa de Muchavista en el litoral de la Comunidad Valenciana, pero de España continuaban llegando malas noticias sobre el control del virus y además, aventurarse fuera de las fronteras austríacas suponía demasiado agobio. 

Tras el confinamiento de primavera, agosto parecía sugerir que ya habíamos superado todo: el virus, su trasmisión, su peligrosidad. Una de las madres del Kindergarten de mi hija preguntaba por lugares para visitar en Austria, para luego quejarse de la tradición veraniega nacional de hospedarse cerca de un lago, cuando ella prefería el litoral turco del Mediterráneo, que en su opinión nunca podría compararse a la oferta local.

Para nosotros las opciones se centraron en la piscina del Währinger Park. Llevábamos desde el año anterior preparando una mudanza para un apartamento nuevo en un nuevo proyecto arquitectónico de la ciudad de Viena, en otro distrito diferente; pero la emergencia sanitaria del COVID-19 había atrasado las obras, la terminación del edificio y la entrega de las llaves. Nuestro contrato de arrendamiento terminaba en agosto; sin embargo, nuestra casera nos permitió quedarnos hasta que nos concedieran la otra vivienda.

Las visitas a la piscina del parque también sugerían que la vida ocurría en otra burbuja. Parecía no haber peligro. Si bien este verano habían limitado la entrada de bañistas, una vez dentro todos lucían más relajados. No había razón para juzgarlos, la mayoría eran padres como yo, que habíamos pasado el primer confinamiento con dificultad al tener los pequeños en casa sin muchas opciones, toda vez que las áreas de juegos estuvieron cerradas. De modo que supongo que todos agradecíamos cómo se divertían los niños en el agua.

Mi hija, que el año anterior había preferido caminar por el borde de la piscina intentando arrancar las piedrecitas de las lozas, parecía haber descubierto las bondades de la alberca. El agua continuaba fría, como en todos los veranos vieneses, pero ella había superado la curiosidad y sus propios temores y viéndola sorprenderse de la aparente inmensidad de la piscina del barrio, uno hasta se sentía complacido.

Se hablaba poco del virus o se atenuaba un poco su mortalidad, digo yo. Los restaurantes habían abierto, las máscaras seguían de uso obligatorio en el transporte público y de cuando en cuando alguien predecía que la temporada otoñal sería difícil.  

Antes del receso veraniego los padres del Kindergarten habíamos vivido varios días angustiosos ante la espera de resultados de la prueba del virus en otras familias. Todos dieron negativo, pero luego de la vuelta a las actividades se repitieron escenas similares: llegaba un email de los administradores de la guardería con noticias sobre una familia que, debido a los síntomas, había decidido hacerse la prueba del COVID. Y luego a esperar 24, 48 horas hasta que estuviera un resultado.

No sé cómo calibrar la respuestas de los niños ante la situación derivada de la pandemia, sobre todo en los más pequeños. La mía no parece entender mucho la razón del por qué ha habido cambios. Siempre nos habían dicho que antes de los tres años convenía mantener un ambiente estable, pocas variaciones en el día a día, así que uno procuraba seguir la receta de la rutina inamovible. Es que se avecinaban mudanzas grandes: cambio de casa, cambio de guardería, despedida de los ya muy queridos primeros amigos.

Me gusta creer que ella se ha adaptado a todo, porque alguna vez leí sobre la capacidad de adaptación de los más pequeños en estudios que aludían a situaciones muy estresantes, como guerras y desplazamientos forzados. De todas formas, le agradezco enormemente su adaptabilidad. Sus padres, luego de haber resistido también jornadas de mucho estrés, lograron negociar un último día en el Kindergarten que iba a coincidir con el de la mudanza. Idealmente lograríamos trasladar todas las cosas antes de que terminara su jornada en la guardería, pero cuando uno va a cambiarse de casa es cuando descubre que ha acumulado tantas objetos que apenas tras colocar los primeros tarecos en el camión de la mudada, se convence de que no va a terminar en un día. Algún ser más organizado habrá por ahí, seguro, alguien que tal vez lea esto.

Cuando mi pequeña y su madre llegaron a casa, todavía estábamos por terminar de poner todas las cajas en el nuevo apartamento. Ella notó la gente extraña, pero no reaccionó con el temor acostumbrado. Ya le habíamos dicho que tendría una casa nueva y por suerte habíamos podido poner todas sus pertenencias en su nuevo cuarto, así que se quedó tranquila, jugando, inspeccionando el espacio.

Una semana después de la mudanza decretaron en Austria el Segundo Confinamiento.

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