En una escena de Tierra de nadie (No man’s land), la película con la que Danis Tanovic (Bosnia) alcanzó el premio Oscar 2002, un soldado bosnio se vuelve hacia una periodista occidental y le reclama: “Nuestra miseria es rentable, ¿no?” Para la reportera del filme lo único importante es su cámara de TV, sobre todo en esos minutos finales en la vida del soldado y de su colega serbio, quienes hasta ese momento han sido los protagonistas de toda la historia.
Mientras veía esta semana las escenas de No man’s land, recordaba otra cinta ambientada en la Guerra de los Balcanes, La mirada de Ulises, del griego Theo Angelopoulos. Las dos me han convencido de la necesidad casi nula que los humanos tenemos de las guerras. Una, desde la evocación más personal y poética; la otra, con el argumento de que en los tiempos actuales los paradigmas occidentales y los cascos azules han caído en el descrédito.
Años antes, otra película premiada, El prisionero del Cáucaso, había mostrado desde una perspectiva diferente el conflicto checheno. Otro ejemplo pudiera ser Kandahar, cuyo nombre por sí solo es una referencia a las armas. Sin embargo, lo curioso es que los filmes han aparecido después que los conflictos han cesado o se han reducido a focos de menor intensidad. Los cineastas debieron esperar por que las respectivas guerras fueran desplazadas de los espacios prominentes en los informativos de todo el mundo, y tuvieron que luchar contra la versión mediática que ya se había enraizado en los espectadores.
Ocurre que asistimos, televisión occidental por medio, a una versión parcial de los combates. Y la frecuencia de los reportes, unida a la rivalidad acérrima de las partes y a los intereses que impiden una solución negociada, alargan las coberturas de prensa. A ello se añade la saturación y el rechazo. De modo que al final optamos por no seguir el sin sentido y poco a poco nos llenamos de indiferencia. Luego quizás aparece una película que nos asombra y puede que nos lleve a cuestionarnos lo que vimos con anterioridad en la televisión.
Aunque los intelectuales (cineastas) se empeñan en demostrar que más allá de la rivalidad posible los humanos tienen una naturaleza común, continúan apareciendo nuevas guerras en este planeta. Estas tienen el mayor impacto en las poblaciones donde se originan, a pesar de que en otras latitudes se proteste hasta lo indecible para que cesen las hostilidades. Por estos días el escenario es Iraq, país del que a diario vemos el reporte de las principales acciones bélicas sin que a veces tengamos una conciencia clara de todo lo que implican.
Por eso, cuando vi Tierra de nadie, enseguida pensé en el país árabe y en los reporteros que quizás ahora mismo estén a la caza de la escena más aterradora. Más tarde la difundirán por todo el mundo buscando reacciones emocionales, no opiniones o valoraciones de lo que es o no justo. Lo único que las imágenes serán reales y no actuadas, como las que concibió Tanovic para su película.
Eso sí, dentro de cinco años —suponiendo que la actual situación no dure más que ese período—, tal vez un cineasta iraquí se anime a mostrar una versión de la guerra y hasta le concedan un Oscar, y la veamos en el cine para sorprendernos y emocionarnos. Lo terrible sería, de continuar el mundo como anda, que nosotros —espectadores al fin— estuviéramos ya muy distantes de la historia que cuente esa película y puede que ni nos acordemos de quiénes fueron, en la vida real, los verdaderos protagonistas.
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