jueves, mayo 29, 2008

Londres, ciudad violenta.


Sucede así, inesperadamente, como muchas cosas en la gran ciudad. Es un día cualquiera, un fin de semana en que decidimos, como de costumbre, encontrarnos con quienes nos quieren y a quienes queremos. Mayo está por terminar y hasta que no llegue el próximo mes el estado de las finanzas no va a mejorar, aunque esta mejoría no tenga mucho que ver con credit crunch y las demás predicciones espeluznantes de la bolsa.

De repente, los amigos y yo desistimos de jugar a ser teóricos de la economía mundial, sólo deseamos vernos, conversar, ahora que el verano todavía es una promesa en las islas británicas, pues luego de unos contados días de sol, el panorama ha vuelto a tornarse invernal y lluvioso.

Se busca un sitio donde montar el campamento, hacer tiempo para un café y una cuña de cake que casi acabará con las reservas del monedero. Por desgracia, están al cerrar en la Tate Modern y el encuentro, aún breve, tiene que moverse de escenario. ¿Qué hacer? Alguien sugiere el Royal Festival Hall y su enorme lobby recién inaugurado, recién amueblado, un espacioso dominio donde, por suerte, no hace falta consumir, no es preciso verificar con acciones por qué esta ciudad está entre las más caras del mundo.

Una vez allí organizamos el tradicional asedio de una mesa lo suficientemente grande como para acomodar a seis. En unos minutos comenzará el concierto de la sala principal y el inmenso salón bulle de actividad. Aparece, por fin, la mesa. Ahora charlamos, comentamos sobre esta película que no hemos ido a ver, miramos de vez en cuando hacia las esquinas o hacia las ventanas, pensando en la necesidad de una mejor tarde para un paseo por la margen sur del Támesis.

Y justo ahí, mientras se planea otra salida en grupo, alguien advierte que su bolso no está donde lo había dejado, aquí mismo, en el suelo, entre sus piernas.

La acción entonces cambia a una búsqueda rápida, se descarta lo más evidente, se piensa en todos los sitios donde hemos estado. Los recorremos mentalmente, el trayecto finaliza rápido. La certeza resulta aplastante: Nos han robado el bolso.

Reportamos a la seguridad del edificio, a la policía, hay que cancelar tarjetas de banco, pedir indicaciones. Hace un momento el día parecía gris y hasta aburrido, a partir de ahora es sinónimo de pesadumbre. Este domingo dejará de ser uno cualquiera. Ya en nuestra memoria particular se marcará como el día en que descubrimos que, además de inmensa, peculiar y por momentos habitable, Londres es también una ciudad violenta.

2 comentarios:

A Cuban In London dijo...

Lamentable, amigo mio, pero muy cierto. Tenia un profesor estadounidense de postgrado que me decia que el ladron es el unico individuo que descansa 364 dias y trabaja uno, pero en esa jornada cobra por los demas 364. Me apena tu caso y ojala que la sangre no haya llegado al rio!

Saludos desde el otro lado de Londres.

A Cuban In London dijo...

Hola, Ivan, pasé por aqui para saludarte y decirte que la primera colaboracion entre Garrincha, el caricturista, y yo se materializo ya. Ve a los enlaces de abajo y veras de qué se trata.

http://cubaninlondon.blogspot.com/2007/11/living-in-bilingual-world-grave.html

http://cubaninlondon.blogspot.com/2008/02/living-in-bilingual-world-vivace.html

http://cubaninlondon.blogspot.com/2008/05/living-in-bilingual-world-andante.html

Saludos desde el otro lado de Londres.