Uno de los méritos de Fantasía Lusitana, documental de Joao Canijo, es haber conformado la narración de una país ficticio. La dictadura salazarista, a través de un eficiente uso de los medios de propaganda, se encargó de conformar una idea de Portugal que, como el título del documental revela, resulta pura ilusión. Bajo el argumento de la neutralidad y de que tal política de Salazar “salvó” al país de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, se pretendió una idea colectiva de autocomplacencia y un mensaje de agradecimiento al dictador como salvador y líder de la nación.
Canijo ha creado un documento casi etnográfico de la vida portuguesa y sobre todo Lisboeta, durante un año crucial para el país y para Europa. En 1940 Lisboa fue el centro de estadía y tránsito de miles de judíos europeos cuyos países habían sido ocupados por la Alemania nazi. La sociedad del Estado Novo, tradicional y pacata como la que más, de repente se tornó cosmopolita. El país más occidental de Europa descubría, sin embargo, la falsedad de tal aseveración pues la otrora Lusitania, empobrecida y casi feudal, compartía con el Viejo Continente solamente la realidad geográfica de ser parte de él.
Para quienes llegaban desde otras naciones centroeuropeas, cunas de imperios y de nacionalismos modélicos, Portugal era una realidad contradictoria. A pesar del aún notable poderío colonial, la nación y hasta la propia capital resultaban sitios de una pobreza desconocida.
El relato de escritores llegados a la ciudad a orillas del Tejo constituye la mejor crónica de ese desencuentro y así lo muestra el cineasta portugués. Intercalados con una asombrosa colección de fotografías de la época, los textos de Alfred Döblin, Erika Mann y Antoine de Saint-Exupéry detallan, con la pericia de un observador foráneo, la no menos peculiar paz de una nación neutral en un continente que comenzaba a despedazarse.
Dos estrellas del cine alemán, Rudiger Vogler y Hanna Schygulla prestan sus voces a las narraciones de Döblin y Mann. Ellas relatan lo caótico del encuentro, de las calles lisboetas repletas de transeúntes apurados, casi todos hombres, como era lógico en una nación tan machista. A primera vista parece un escenario idílico: hoteles y cafés llenos de visitantes que dejan a la ciudad en una cacofonía nunca antes vista. En 1940 los cafés de la rivera o de la costa de Estoril mostraban una vida cultural tan rica como las de Viena o Berlín durante décadas anteriores.
Tras esa diversidad coyuntural se escondía un país de economía deficiente y pocos prospectos de desarrollo, pero “en paz” y de “buenas cuentas”, un país estable. De ello se encargaban la policía política y el impresionante catálogo de imágenes que la dictadura creó para reforzar esa idea de l Portugal perfecto en el mejor de los mundos posibles.
Para colmo de la representación mediática, 1940 es el año de la Exposición del Mundo Portugués, donde se exhibirán las conquistas del imperio. Para contrastar con una Europa que sufre los embates de los blitz (bombardeos aéreos), el desespero y la escasez, Lisboa se convierte en el pabellón expositivo por excelencia. En las márgenes del Tejo se montan, cual salas de un museo viviente, aldeas guineanas, casas timorenses, se traen elefantes asiáticos de las posiciones coloniales de Goa y se exhiben también sus habitantes exóticos, conscientes de la grandeza de la metrópolis, un país en el que “manda quien puede y obedece quien debe”.
La utilidad de este documental resulta inobjetable en un país en el que todavía no se ha hecho la reflexión colectiva sobre el régimen salazarista. Joao Canijo ha optado por exponer sus argumentos de la misma manera que en otro tiempo fueron usados con un fin muy diferente. A través de los filmes con los que la dictadura de Salazar intentó convencer, sobre todo a los portugueses que podían verlos, de la grandeza del país, pueden ser ahora re-apropiadas por un espectador más crítico.
Fantasía Lusitana es también un testimonio contra lo que no se puede olvidar o suplantar por una versión editada de la historia nacional. Está claro que todos los regímenes autoritarios se obsesionan con el pasado, con modos de presentar los hechos ocurridos siempre en una luz favorable. En este sentido, la anécdota de Canijo sobre un profesor de historia de su hijo vale como referencia. Según el treintañero instructor, “de Salazar podía decirse lo que se quisiera, pero sus políticas salvaron a Portugal de la Segunda Guerra Mundial”.
Espero que Fantasía Lusitana abra una expectativa en torno a la historia reciente de la dictadura salazarista y sirva al menos para dinamizar espacios de debate en la sociedad portuguesa actual. A más de 40 años de la muerte del dictador, creo que todavía es preciso conversar sobre ese tiempo pasado cuando el país, para muchos, era una miniatura de nación estable y tranquila. Lo que sorprende y asusta un poco es que aún hoy los medios portugueses, sobre todo los estatales, no se diferencian mucho de la autocomplacencia con la que los propagandistas de Oliveira Salazar retrataban la difícil realidad lusitana.
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