Leí por primera vez sobre Cesária Évora en 1994, justo el año en que comenzó a ser famosa. Una amiga habanera me envió un paquete con “informaciones culturales” (algunos ejemplares de El País, de la desaparecida y excelente revista argentina La Maga y folletos sobre actividades y eventos que preparaba la Casa de las Américas. Al año siguiente me convertí en un oyente habitual de Radio Exterior de España y gracias a su Diario Hablado Cultural, pude seguir la naciente carrera internacional de la caboverdiana, al menos por un tiempo.
Otra amiga, a inicios del 2000, me envió su disco São Vicente di Longe, pero siempre me quedé con aquello de buscar el álbum que la lanzó y sobre el que había leído en 1994. Me lo regalaron en el 2002, doce años después que saliera. Para esa época estaba más familiarizado con la morna y el quehacer musical de La diva de los pies delcazos.
Pasaron ocho años para que asistiera por primera vez a uno de sus conciertos. En mayo de 2010, Cesária estuvo en el Barbican, mi teatro favorito para los conciertos londinenses. Confieso que a pesar de haber leído un poco más sobre la cantante, la experiencia de verla superó todas las expectativas. En lo que había consultado, siempre sobresalía su sencillez, pero imaginaba que se trataba de la explicación lógica de observadores occidentales acostumbrados a tratar con otro tipo de “divas”, que siempre se asombran al descubrir a alguien tan de carne y hueso.
El concierto del Barbican fue sencillo. Para Cesária Évora sería uno más, sin que el hecho de que ocurriera en Londres o Nueva York resultara particularmente importante. Ella se limitó a cantar, indiferente a la reacción de un público que la ovacionaba al término de cada canción. La fama, en su caso, se lleva tan a la ligera que resultaba inexplicable. Cesaria es una diva singular, campechana, segura de que su lugar en el escenario, por primordial que sea, se limita a dejarse escuchar. Y cuando supone que ha cumplido su función, basta decir ya y regalarle al público un gesto que confirma también el final.
Si la sobriedad de Cesaria en el concierto del teatro londinense me sorprendió, la otra sencillez, el modo en que lleva su vida, me dejó sin palabras. Lo comprobé tras ver el documental que la televisión estatal portuguesa RTP y Lusáfrica exhibieron el pasado 17 de septiembre. Los realizadores se trasladaron a São Vicente para descubrir la verdadera Cesaria, aunque aclaro que hay mucha diferencia entre la cantante famosa y la más conocida habitante de la isla caboverdiana.
Fuma incontrolablemente. Es rara la escena en que no aparece con un cigarro en los dedos. El documental se detiene en un momento de una actuación en Tel Aviv en el 2009, cuando ella se dirige al público, siempre en criolo, para anunciarles que los va a dejar con sus músicos para “un cigarrillo”. Lo fumó allí mismo, delante de los espectadores.
En São Vicente, Cize (como la llaman todos) gusta de pasear en auto por las noches. Su chofer y quién la acompaña, la llevan por las calles oscuras de una ciudad que apenas tiene vida nocturna, y donde los que le salen al paso le muestran la misma familiaridad de siempre.
Puede que en las grandes urbes europeas la traten como la superestrella que es, la cantante que desde 1994 se convirtió en una leyenda musical que llena los teatros más famosos. Sin embargo, en Sao Vicente, Cize parece una habitual señora de pueblo, conocida y reverenciada por los vecinos que la saludan al pasar como harían con alguien a quien han visto toda la vida, ocupada en simples tareas cotidianas.
Los recorridos nocturnos de Cesária sólo tienen una función placentera. Quizá se trata de la misma ruta que recorría a pie veinte o treinta años atrás. Y cualquier paseo puede tener un fin inesperado, como el de la escena en que la comitiva se detiene en casa de una conocida a comprar unos kilos de frijoles para la feijoada del día siguiente.
Fue en París donde comenzó la fama de Cize y es la ciudad en la que todavía tiene sus sitios preferidos, como la tienda donde compra sus trajes para las presentaciones o la peluquería en la que le trenzan y extienden el cabello. Son dos establecimientos poco glamorosos, si se piensa en los lugares hyperexclusivos que una artista de su talla debiera frecuentar. No obstante, son tan de ella como cualquiera de los sitios de Sao Vicente. Cesária es tan fiel a su vestuarista y peluquera como cualquiera de quienes la siguen en sus conciertos. Como ella misma dice, si tiene tantos fans, lo más lógico es tornarse fan de otros. Así de terrenal y espontánea es la vida de esta celebridad local y africana.
Tengo una teoría personal de que en la sencillez está la grandeza y Cize es un buen ejemplo.