La posibilidad de hacer la Ruta del Danubio
surgió de una conversación con mis amigos Marta y Ángel hace casi un año,
cuando los invitamos a conocer la ciudad donde vivimos. Ya había oído hablar de
la ruta, pero no se me había ocurrido hacerla, más por cuestiones de logística
que por cualquier otro motivo.
Para empezar tampoco tenía bicicleta, pues la que compré en segunda mano
a principios del 2015 se la había regalado a alguien que la necesitaba más que
yo, días antes de nuestra segunda mudanza.
Mis amigos, entonces, se ofrecieron para
ayudar con el alquiler de las bicis y antes de que aterrizaran en Viena desde
Madrid, estuvimos unas dos semanas coordinando posibles etapas, lugares por
visitar y de alojamiento. Planeamos 5 días de pedaleo y fijamos la fecha para
el 14 de junio. Viajaríamos en tren desde la capital de Austria hasta una de
las primeras ciudades alemanas tras pasar la frontera, Passau. Luego allí
iniciaríamos el camino de vuelta en bicicleta.
1ra etapa: de
Passau a Inzell.
Saliendo de Passau rumbo a Inzell |
Salimos bien temprano desde la Estación Central y tras cambiar de tren en Linz, arribamos cuando faltaba media hora para el mediodía. Luego de probar un desayuno típico, al menos así lo anunciaba el café cerca de la estación donde paramos, comenzó a molestarnos una inoportuna llovizna, que nos acompañaría en el breve trayecto hacia la Fahrrad Klinik de Matthias Drasch, donde debíamos recoger las bicicletas.
En un punto de la caminata pasamos por el
edificio de la Alcaldía, la común Rathaus de los pueblos germánicos y la vista del otro lado, en la que
podía observarse y la ribera del Danubio, me recordó a un paisaje similar visto
en Heidelberg, en el que fue mi primer viaje a Alemania en el 2012. Como en la ciudad del
Neckar, el río forma una garganta y uno tiene la fugaz impresión de que está en
el fondo de un paisaje que otros miran desde la altura.
La recogida de las bicis fue ordenada y rápida, lo justo para iniciar una ruta para la que veníamos preparados, pero quizás nunca pensamos que comenzara tan pronto. “Crucen el puente y a la derecha”, nos dijo Matthias, las indicaciones que debe estar acostumbrado a dar. Y en efecto, luego de cruzar el puente, a unos pocos metros de la carretera principal comenzaba la ciclovía famosa que nos iba a acompañar durante toda la semana.
Passau quedó atrás con nubarrones en el horizonte. Habíamos leído más de una crónica sobre el recorrido y todas mencionaban la posibilidad de un aguacero. Sin embargo, luego de pedalear los primeros kilómetros el cielo continuó algo nublado, pero la lluvia dejó de importunarnos.
Nuestro objetivo estaba a poco más de 42
kilómetros de la ciudad que acabábamos de dejar. Nos parecía la distancia ideal
para el primer día. En la ruta teníamos ya compañeros, otros que, como
nosotros, con las bicis y sus alforjas, pedaleaban rumbo a Viena, o quizás más
lejos aún, pues existen rutas que llegan a Bratislava y a Budapest.
En esta primera etapa la vía se adentraba por bosques y el río aparecía siempre como un indicativo de cercanía y certeza. La ciclovía está muy bien señalizada, con pequeños recuadros que anuncian el Donauradweg y señales en el suelo y en algunas zonas donde el trazado se interrumpe. Creo que es difícil perderse, aunque conviene estar pendiente de los pequeños letreros, pues en ocasiones hay que desviarse del trayecto más seguro y cruzar tramos de carretera regular.
Cuando apenas faltaban pocos kilómetros para el
objetivo, hicimos una parada en una de las casas de huéspedes/tabernas del
camino. Comprobamos en el mapa que casi estábamos llegando al meandro de
Inzell, por eso valía la pena disfrutar de unas cervezas. A esa hora el cielo
de Alta Austria se había despejado y el sol mostraba toda la gama de verdes de
la ribera más boscosa del Danubio.
Las cervezas, como diría un amigo londinense,
experimentado ciclista, son un buen combustible para pedalear. De manera que en
muy poco tiempo ya estábamos en la orilla opuesta a Schlögen a la espera del
pequeño ferry que nos cruzaría al otro lado. Sería el primero de los varios que
tomaríamos durante el trayecto, pues dependiendo de la senda que uno tome y de
los pueblos que quiera visitar, cuando no existen puentes en el camino hay que auxiliarse
de estos barcos que probablemente lleven siglos como socorrido medio de
transporte fluvial.
Desembarcamos en Schlögen y con las bicis de
vuelta en el asfalto comenzamos otra vez a pedalear, pensando que la Gasthof zum Heiligen Nikolaus, donde habríamos de pasar la noche quedaría mucho más lejos
del punto en el que habíamos cruzado el río. La encontramos enseguida, un
típico chalet de techo alto, al lado de un moderno granero donde quedarían las
bicis. Estábamos, eso sí, en el medio de la nada, con el río a unos pocos
metros y la naturaleza por los cuatro costados. Apenas había señal de móvil.
Instalados ya en una muy confortable habitación, comprobamos que aún nos quedaba gran parte de la tarde y esta se había tornado demasiado atractiva como para quedarse en la cama hasta la hora de cenar. Cuando desembarcamos en Schlögen, habíamos conversado con unos turistas españoles que conocían la zona y nos hablaron de un mirador en la cercanía al que se llegaba subiendo por senderos en una loma. Así que decidimos salir a explorar y caminamos de vuelta al embarcadero.
Vista desde Schlögen |
Meandro de Inzell |
Regresamos a nuestro chalet austríaco. Lo había
descubierto en Internet y en su sitio web aparecía una foto de los
propietarios, una familia vestida al más típico estilo nacional. Sin embargo,
cuando llegamos había escuchado a la que sería nuestra casera hablar en ruso
con unos niños a los que supervisaba. A la hora de la cena comprobé que no
solo ella, sino la mayoría del personal de servicio también provenían de Rusia. Me lo confirmó cuándo le pregunté. ¡Qué curioso!, pensé, allí en el medio de la nada, en la Alta Austria, un grupo
de paisanos de Pushkin.
Continuará
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