lunes, julio 18, 2016

En bici por La Ruta del Danubio (I)

La posibilidad de hacer la Ruta del Danubio surgió de una conversación con mis amigos Marta y Ángel hace casi un año, cuando los invitamos a conocer la ciudad donde vivimos. Ya había oído hablar de la ruta, pero no se me había ocurrido hacerla, más por cuestiones de logística que por cualquier otro motivo.  Para empezar tampoco tenía bicicleta, pues la que compré en segunda mano a principios del 2015 se la había regalado a alguien que la necesitaba más que yo, días antes de nuestra segunda mudanza.

Mis amigos, entonces, se ofrecieron para ayudar con el alquiler de las bicis y antes de que aterrizaran en Viena desde Madrid, estuvimos unas dos semanas coordinando posibles etapas, lugares por visitar y de alojamiento. Planeamos 5 días de pedaleo y fijamos la fecha para el 14 de junio. Viajaríamos en tren desde la capital de Austria hasta una de las primeras ciudades alemanas tras pasar la frontera, Passau. Luego allí iniciaríamos el camino de vuelta en bicicleta.

1ra etapa: de Passau a Inzell.

Saliendo de Passau rumbo a Inzell
Passau es una pequeña ciudad bávara situada en la confluencia de tres ríos, por eso la han llamado la Venecia germánica, aunque estoy seguro de que la lista de localidades similares en el vecino país es demasiado larga. Casi todas las grandes ciudades alemanas se asientan en las márgenes de un gran río.

Salimos bien temprano desde la Estación Central y tras cambiar de tren en Linz, arribamos cuando faltaba media hora para el mediodía. Luego de probar un desayuno típico, al menos así lo anunciaba el café cerca de la estación donde paramos, comenzó a molestarnos una inoportuna llovizna, que nos acompañaría en el breve trayecto hacia la Fahrrad Klinik de Matthias Drasch, donde debíamos recoger las bicicletas.

En un punto de la caminata pasamos por el edificio de la Alcaldía, la común Rathaus de los pueblos germánicos y la vista del otro lado, en la que podía observarse y la ribera del Danubio, me recordó a un paisaje similar visto en Heidelberg, en el que fue mi primer viaje a Alemania en el 2012. Como en la ciudad del Neckar, el río forma una garganta y uno tiene la fugaz impresión de que está en el fondo de un paisaje que otros miran desde la altura.


La recogida de las bicis fue ordenada y rápida, lo justo para iniciar una ruta para la que veníamos preparados, pero quizás nunca pensamos que comenzara tan pronto. “Crucen el puente y a la derecha”, nos dijo Matthias, las indicaciones que debe estar acostumbrado a dar. Y en efecto, luego de cruzar el puente, a unos pocos metros de la carretera principal comenzaba la ciclovía famosa que nos iba a acompañar durante toda la semana.

Passau quedó atrás con nubarrones en el horizonte. Habíamos leído más de una crónica sobre el recorrido y todas mencionaban la posibilidad de un aguacero. Sin embargo, luego de pedalear los primeros kilómetros el cielo continuó algo nublado, pero la lluvia dejó de importunarnos.

Nuestro objetivo estaba a poco más de 42 kilómetros de la ciudad que acabábamos de dejar. Nos parecía la distancia ideal para el primer día. En la ruta teníamos ya compañeros, otros que, como nosotros, con las bicis y sus alforjas, pedaleaban rumbo a Viena, o quizás más lejos aún, pues existen rutas que llegan a Bratislava y a Budapest.

En esta primera etapa la vía se adentraba por bosques y el río aparecía siempre como un indicativo de cercanía y certeza. La ciclovía está muy bien señalizada, con pequeños recuadros que anuncian el Donauradweg y señales en el suelo y en algunas zonas donde el trazado se interrumpe. Creo que es difícil perderse, aunque conviene estar pendiente de los pequeños letreros, pues en ocasiones hay que desviarse del trayecto más seguro y cruzar tramos de carretera regular.

Cuando apenas faltaban pocos kilómetros para el objetivo, hicimos una parada en una de las casas de huéspedes/tabernas del camino. Comprobamos en el mapa que casi estábamos llegando al meandro de Inzell, por eso valía la pena disfrutar de unas cervezas. A esa hora el cielo de Alta Austria se había despejado y el sol mostraba toda la gama de verdes de la ribera más boscosa del Danubio.

Las cervezas, como diría un amigo londinense, experimentado ciclista, son un buen combustible para pedalear. De manera que en muy poco tiempo ya estábamos en la orilla opuesta a Schlögen a la espera del pequeño ferry que nos cruzaría al otro lado. Sería el primero de los varios que tomaríamos durante el trayecto, pues dependiendo de la senda que uno tome y de los pueblos que quiera visitar, cuando no existen puentes en el camino hay que auxiliarse de estos barcos que probablemente lleven siglos como socorrido medio de transporte fluvial.

Desembarcamos en Schlögen y con las bicis de vuelta en el asfalto comenzamos otra vez a pedalear, pensando que la Gasthof zum Heiligen Nikolaus, donde habríamos de pasar la noche quedaría mucho más lejos del punto en el que habíamos cruzado el río. La encontramos enseguida, un típico chalet de techo alto, al lado de un moderno granero donde quedarían las bicis. Estábamos, eso sí, en el medio de la nada, con el río a unos pocos metros y la naturaleza por los cuatro costados. Apenas había señal de móvil.

Instalados ya en una muy confortable habitación, comprobamos que aún nos quedaba gran parte de la tarde y esta se había tornado demasiado atractiva como para quedarse en la cama hasta la hora de cenar. Cuando desembarcamos en Schlögen, habíamos conversado con unos turistas españoles que conocían la zona y nos hablaron de un mirador en la cercanía al que se llegaba subiendo por senderos en una loma. Así que decidimos salir a explorar y caminamos de vuelta al embarcadero.

Vista desde Schlögen
El camino al Mirador carecía de señales claras y aunque el sol seguí allí en su sitio, los trillos de la subida no habían perdido la humedad. Además, llegado un momento en el ascenso no apareció ninguna señal hacia dónde seguir, por lo que hubo que abrirse paso entre piedras afiladas cubiertas de musgo. Pensaba en lo diferente que son las reglas de seguridad en las distintas naciones, pues no me imaginaba un lugar así en Inglaterra, el país de las regulaciones sobre salud y protección.

Meandro de Inzell
Llegamos a un punto bastante alto donde pudimos apreciar el llamado Meandro de Inzell. Por suerte el descenso demoró menos y terminamos en la amplia terraza del Hotel Donauschlinge. Las vistas del río eran espectaculares. Por allí pasaban los cruceros, verdaderas plataformas de terrazas y habitaciones que hacen diversos recorridos a lo largo y ancho del Danubio. El primer día de bici casi llegaba a su fin y nos alegraba que no estuviéramos tan cansados como habíamos imaginado.


Regresamos a nuestro chalet austríaco. Lo había descubierto en Internet y en su sitio web aparecía una foto de los propietarios, una familia vestida al más típico estilo nacional. Sin embargo, cuando llegamos había escuchado a la que sería nuestra casera hablar en ruso con unos niños a los que supervisaba. A la hora de la cena comprobé que no solo ella, sino la mayoría del personal de servicio también provenían de Rusia. Me lo confirmó cuándo le pregunté. ¡Qué curioso!, pensé, allí en el medio de la nada, en la Alta Austria, un grupo de paisanos de Pushkin.

Continuará

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