Acudí al estreno de Babel con muchas y pocas expectativas. Muchas, porque luego de las entregas anteriores del director deseaba, lógicamente, conocer cuáles serían sus nuevas historias; y pocas, porque después de haber visto a fines del 2006, El laberinto del fauno, no me atraía la idea de encontrarme con una obra que de algún modo fuera superior a esta. Y a juzgar por los comentarios de antesala de Babel, imaginaba que, en efecto, superaría a mi anterior encuentro cinematográfico con otro director mexicano.
Sin embargo, esta manera personal de explicar o justificar la rivalidad entre las dos películas me parece ahora demasiado irrelevante. Al final no seré yo el que premiará una por sobre la otra, pues a decir verdad, ambas han conseguido varios merecidos premios. Si me tocara reconocer el trabajo de ambos realizadores, con perdón de lo pretenciosa que pueda sonar esta frase, me decidiría por un premio compartido. Como bien le dije a una amiga mexicana a la salida del cine, se puede sentir muy orgullosa de que procedan de su país dos de los más importantes cineastas actuales y quizá los que mejores películas están filmando.
Me gustaría hablar de Babel no sólo desde el punto de vista cinematográfico, cuestión en la que la película sobresale. Se está en presencia de una narración fílmica centrada en las actuaciones, pero que no descuida el protagonismo de locaciones, como las áridas colinas marroquíes, el desierto mexicano o las discotecas japonesas. La historia se cuenta en fragmentos, y aunque ocurre en tres escenarios distintos, se conecta por los vínculos que establecen los personajes y hasta por la propia acción de algunas escenas.
Sin embargo, creo que la fuerza de Babel radica en su argumento y en la calidad de sus actuaciones. Hay tres nombres conocidos en el reparto, sus rostros anuncian y «venden» el filme —Cate Blanchett, Brad Pitt y Gael García Bernal—, pero son los desconocidos, sobre todo Rinko Kikuchi, quienes se llevan los mayores reconocimientos. Ella, en especial, ha construido su personaje con los mínimos recursos posibles: miradas y lenguaje de señas, y con ello basta para tornar memorable su adolescente ingenua, tierna y atormentada.
Babel habla de la angustia y de situaciones inesperadas, de lo absurdo y elemental de la existencia. Las historias pueden tomar como escenario varias zonas de la geografía mundial, mas sus protagonistas nos recuerdan que están unidos por la naturaleza humana, a pesar de las distancias y las culturas que los separan. Quizá por eso en el filme las personas ríen, lloran, sufren y sangran.
Puede que esta sea la primera película global, pero no por la cuestión elemental de sus locaciones e idiomas, sino por la interconexión entre las historias. Como final de la trilogía que Alejandro González Iñárritu inició con Amores perros y continuó con 21 gramos, se trata de un argumento que se va componiendo mientras avanza el largometraje. Y en esa progresión se insertan las escenas filmadas aquí y allá en una especie de diagrama que une al planeta por tres puntos o áreas.
Iñárritu también sitúa su filme en el contexto global mediante referencias muy puntuales. Cuando, por ejemplo, el personaje de Cate Blanchett previene a su pareja de añadirle hielo a la Coca Cola porque puede contener agua contaminada. Una de las lecturas posibles apunta a la diferencia entre occidentales y locales, desarrollo y pobreza. Las historias de Marruecos y México parecen adquirir otro ritmo cuando se asocian a problemáticas demasiado comunes en la prensa occidental, como «terrorismo» y «cruce de frontera». Lo curioso es que a partir de ese vuelco, el espectador, quizá el único que conoce cómo se han desarrollado los hechos, puede hasta advertir lo que se avecina. Y es que la historia verdadera poco importa, cuando la anécdota queda limitada al discurso tradicional sobre el «terrorismo», los «mojados» y hasta los «suicidas».
Babel se asemeja a las entregas anteriores de Iñárritu en su manera coral de construir el argumento. Las historias individuales van a resultar muy importantes para entender la narración total; sin embargo, hay que esperar a que esta vaya desenvolviéndose para entender el impacto individual de cada personaje. En Babel, las conexiones, aunque visibles, no resultan tan marcadas. Cada historia por separado constituye una anécdota independiente.
Una de las explicaciones más simples sobre el significado de globalización es la de que la ocurrencia de un hecho determinado en un país, puede tener repercusiones casi inmediatas en un gran número de países o en todo el planeta, sin importar distancias.
Babel parece también reafirmar que el sentimiento humano tampoco tiene fronteras. Las escenas pueden pertenecer a una realidad específica y hasta desconocida, pero no por eso pueden dejarnos indiferentes.